Hay que gastar mejor
¿NO VIO el seis de febrero esa foto de Sánchez en franca retirada? La publicó este periódico en la página 26. Ahí estaban los magnates europeos cortando el bacalao de los dineros de la Defensa europea que ha cuestionado Trump, porque está harto de poner pasta gansa a unos manirrotos. Puede verse a un corrillo de tres –Antonio Costa de espaldas, presidente del Consejo Europeo, a Mark Rutte, Secretario General de la OTAN, y a Emmanuel Macron, presidente en funciones de lo que queda de la Grandeur de la France– departiendo amistosamente.
Visiblemente apartado y contrariado –¿le llamaría Meloni corrupto y nepote en algún pasillo perdido?–, aparece Sánchez con cara de pocos amigos, mirada perdida de fideicomiso, y como un carámbano a la intemperie que ni pinchaba ni cortaba ni participaba y ni al parecer le interesaba esa comidilla de altos vuelos. ¿A qué fue entonces en falcon? A contar una vez más el viejo chiste milonguero de Groucho Marx, que gusta tanto a los caraduras y a los ecolojetas en política bolivariana: «¿Pagar la cuenta? ¡Qué costumbre tan absurda!».
Pues en este ámbito de caballeros tan selecto, a los que no parecía conocer, saltó el aspirante a tirano sostenido por la Unión Europea su famosa teoría sacada de los arcanos del Manual de resistencia más sanchuno: que el dinero público no es de nadie, y que su actual objetivo en política no es otro –tanto en España como en Europa– que el de acaparar toda la pasta, como si fuera suya, hasta que el ciudadano libre reviente, y hasta que la empresa libre, que son unos usureros sin conciencia social, subsidie todos y cada uno de sus caprichos y despilfarros masivos y atávicos.
Una vez lanzado el sostén teórico de su pensamiento campanal y de raposa durmiente que no piensa más que en la gallina que quiere llevarse a la barriga, pasó el numen de la economía hollywoodense al corolario del desplume. O sea, a lo irrefutable en filosofía y que, como tal, ya no necesita demostración alguna: que de gastos para la OTAN nada, y menos aún porque lo diga el tramposo de Trump. Razón tumbativa que, sin duda, dejó a la concurrencia catatónica y patas arriba: «No se trata –dijo– únicamente de gastar más, sino también de gastar mejor». Dos en uno.
Dicen las malas lenguas que Macron, al oír de refilón el corolario del nuevo sire de las Españas, se puso colorado como un tomate. ¿Por qué? No lo sé. Imagino que se acordaría de Jean-Baptiste Colbert, que fue ministro de hacienda de Luis XIV, y que era una sanguijuela que complacía a rajatabla todos los caprichos del Rey Sol a cuenta del contribuyente. ¿Cómo se las arreglaba? Lo explicó el propio ministro en una reunión de la Academia de Ciencias que él mismo creó en 1666: «El arte de recaudar impuestos consiste en desplumar al ganso obteniendo la mayor cantidad posible de plumas con el mínimo de graznidos». Negocio redondo.
Revelado el procedimiento a seguir –un desplume indoloro, inodoro e insípido con anestesia total–, pasó el Rey Sol del wokismo a revelar lo que significa «gastar más y mejor». En un pispás lo resumió como si estuviera en el Congreso de los Diputados en Madrid: que el gasto de Defensa fuera «para lograr una transición verde y digital, para reforzar la competitividad, la cohesión de la UE, la excelencia tecnológica y para crear empleo». Al oír esto último, un espontáneo le animó: «¿Y qué más?». A lo que contestó: ya lo sabréis cuando desplace a Úrsula de la Presidencia de la Comisión Europea, y a Trump de la Casa Blanca.
Dicen que la carcajada fue unánime entre esos diputadísimos europeos tan mantenidos que tienen sueldos sin recesiones, sin iva, y con manutención y cobijo en hoteles de cinco estrellas. Pero los españoles, a los que les cuesta llegar a fin de mes, sabemos que lo decía totalmente en serio. «Gastar más y mejor» es para el sanchismo un ejercicio desalmado de chulería y de economía imaginativa. Sabe que las decisiones que tome no le pasarán factura ni cuando malverse, engañe, robe, y ni de coña cuando se equivoque. Así que se hace la cuenta del palmero en ejercicio: quien tiene cuatro y gasta cinco, no necesita ni bolsillo.
¿Pero gastar más y mejor en qué? Responder a esta pregunta ya no es economía, sino la jauja de la economía, porque casi es un secreto de Estado. Tiene tal fe en sus habilidades contables que nos hace a todos los españoles funcionarios contribuyentes de la hacienda pública para desplumarnos a nosotros mismos. Una alegría en progreso fijo y discontinuo que le hace candidato al premio Nobel de Economía de cada año. Un chollo.
Con este arreglito, y por un módico precio, compone con su «hermanito» David «la danza de las «chirimoyas», que tiene todas las virtudes del culantro: milagrosamente cura los dolores estomacales con un olor penetrante y relajante. Con su mujer Begoña, ha montado la cátedra en la Complutense para que sepan los españoles que no es necesario estudiar: basta con el sanchismo para andar el camino. Con Delcy y Maduro la sintonía es total, cautivadora, derrochona: el dinero del pobre, cinco veces se gasta. Con Conde-Pumpido el revolcón es homérico: la justicia sólo para nuestra causa. Todo el gasto para los soviets.
El resto de cuestiones básicas –la corrupción general, la cuenta de la vieja con ladrones, okupas, independentistas, terroristas de Hamas, pico de Rubiales, condones de la Oms, el criminal apagón de la CHJ, el asedio a la prensa y a la Justicia, o la escandalera del pacto de Canarias sobre los menas–, se reducen a gastar más y mejor como en «el salvaje Oeste», según expresión del propio Sánchez, y de tal manera que hasta en la muerte y después de ella nos den cera.