Diario de Castilla y León

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CREO que los asuntos políticos del mundo se vuelven contagiosos, como la insólita enfermedad que preconizó José Saramago en su ‘Ensayo sobre la ceguera’; como los asombrosos altercados que propició la plaga que se iba generalizando y agudizando sin ningún tipo de explicación y que fue parecida a la del COVID 19 que sufrimos nosotros. Y si no comparten lo que escribo porque piensan de un modo diferente a lo que voy a contarles, indaguen ustedes mismos en lo que reflexionan los candidatos que se han presentado recientemente en Ecuador a las elecciones generales.

Pregúntenles a Luisa González (la voz de su amo) que representa el correísmo, tan manido, ajado y tortuoso, y a su contrincante Daniel Noboa, el joven empresario ¿qué les parece que Fernando Villavicencio hubiese sido asesinado en plena campaña electoral y sin ningún tipo de esclarecimiento? Por esa razón aplico una vieja y tristísima máxima popular: «El muerto al hoyo y el vivo al bollo». Que don Quijote ya dijo de un modo parecido e igual significado: «El muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza». ¿Existen intereses concienzudamente y tozudamente interesados? (Perdonen la redundancia). Por supuesto que existen.

Mientras tanto, sabemos que el mundo se inmortaliza en su rutina ondulante y petulante, sin alterarse por una muerte programada, meditada, coordinada e incluso deseada por los que le asesinaron. ¿Razonarán de un modo diferente a como lo hacemos nosotros? Eso NO es la democracia. Piensen ustedes lo que piensen, seguramente estarán de acuerdo con que las ruedas de nuestro tren se han salido de los raíles o rieles –como escribió Machado en su poema– y deberían de dirigirnos con absoluta normalidad.  ¡Casi nada!

Siempre he dicho que añoro la vida que carece de las injerencias y violencias que limitan nuestra intimidad y nuestra libertad, porque creo que no deberíamos aproximarnos ni acostumbrarnos a la tragedia que proponen las muertes cuando son premeditadas y violentas; aunque se justifiquen en las raíces de otros tiempos remotos. Eso nos demuestra que apenas nos hemos civilizado. Ya dejó escrito Aristóteles en ‘La Política’ que en algunas tribus  de las orillas del Ponto Euxino, los aqueos y los heniocos tienen por costumbre el asesinato. ¡Joder! Como nosotros tantos siglos después.

Escrito esto, me doy cuenta de lo poquísimo que hemos avanzado. ¿Qué pena me da? Pena por nosotros mismos, por todos coetáneos del siglo XXI. Porque el valor, como también dijo Aristóteles, «ha de ser generoso» y aun no lo es. Somos lo que nos dijo Tomás de  Iriarte en una de sus fábulas: monos, que aunque se vistan / de estudiantes / se han de quedar / lo mismo que eran antes.

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