Un mural en Ponferrada y las costas de Irlanda
Netflix ha convertido a Nevenka en un símbolo de este pasado 8-M. Han pasado 20 años de aquel caso en el que una joven edil se atrevió a contravenir las normas y denunció por acoso sexual a su alcalde. Denunció y ganó. Y luego calló. Como calló durante todo el proceso. No se convirtió en un espectáculo de sí misma, ni para nadie. Seguramente ese es uno de los avales más sólidos de Nevenka al ejercer la autoridad moral sobre un asunto, un delito, que hace dos décadas la convirtió más en culpable social que en víctima legal, pese a ganar. Lo expresa a la perfección en el documental su abogado, Adolfo Barreda, hoy menos joven que entonces pero igual de elocuente y prudente. Nevenka rompió los clichés y los pronósticos porque no se convirtió en carné de plató, variedades y otras obscenidades televisivas. Optó por el rigor, la discreción y la seriedad. Nevenka sólo habló el día que dimitió, en los salones del Hotel Temple, para leer un comunicado, y después de la sentencia. Luego se desvaneció en su privacidad, derecho que ella misma reclamó. Ha vuelto a aparecer 20 años después para aflorar en un documental que lleva su nombre y la reivindica como símbolo. Un documental de magnífica factura que se detiene en el dolor de una mujer, en medio de un contexto social, que para nada es el de ahora. Una mujer joven y tan valiente que tuvo que plantar cara a un fiscal, que se en vez de indagar en la víctima planteó un interrogatorio propio de Guantánamo a un yijadista. García Ancos, aquel troglodita que pensaba que por ser mujer y cajera de supermercado tenías que dejarte tocar el trasero. Ha pasado el tiempo. Hoy Nevenka tiene intacta la dignidad que le reprochó García Ancos en la ya desaparecida sala de vistas del TSJ. Un mural la recuerda en las calles de Ponferrada. Ella navega su vida en las costas de Irlanda.