«Nunca me planteé dejar de estudiar por ser gitano»
Vicente, Nayara y Ester son tres jóvenes de Castilla y León que rompen las estadísticas y luchan contra los estereotipos. Han decidido formarse para tener un buen puesto de trabajo
¿Eres gitano y estudias? Vicente, Nayara y Ester han perdido la cuenta de las veces que han escuchado esta frase a lo largo de su vida. Y tras la extrañeza de quien plantea la pregunta, vienen los halagos . «La gente lo ve como algo raro y se alegra», expresa la última (y más joven de la terna) para referirse a los compañeros de pupitre o a los profesores que le han acompañado a lo largo de su vida estudiantil. Los otros dos ejemplos coinciden en el mismo planteamiento y resaltan el apoyo recibido en sus colegios e institutos para que continuaran formándose. Para que se alcen como referentes y aumente el porcentaje que a día de hoy representan en las estadísticas.
Porque, mientras en el conjunto de España casi el 96% de los jóvenes de 16 años sigue escolarizado, entre la población gitana el indicador no llega el 54% . Y si la graduación en Secundaria alcanza el 84% en el global del país, en su caso apenas supera el 41%. Son datos publicados recientemente por la Fundación Secretariado Gitano en el informe La situación educativa del alumnado gitano en España, correspondiente con el año lectivo 2022/2023, en el que constatan «una realidad dura y estremecedora».
Con el objetivo de alcanzar el «éxito educativo y la continuidad en los estudios», la Fundación desarrolla el programa Promociona –diferenciado en tres modalidades, según la etapa educativa– en varias comunidades autónomas, entre ellas Castilla y León , donde el pasado curso trabajaron con 447 alumnos de varios centros educativos . Vicente, Nayara y Ester se han beneficiado del apoyo que les brindaron y han logrado lo que querían, o están en el camino para conseguirlo.
Él (23 años), graduado en Enfermería por la Universidad de León , está trabajando en el hospital de su ciudad con un contrato que, por el momento, durará nueve meses. Nayara (21), por su parte, cursó un grado medio de Auxiliar de Enfermería en Salamanca y este año compatibilizará su trabajo en una residencia de ancianos con sus estudios para acceder al grado de Anatomía Patológica. Ester (16), acaba de comenzar el primer curso del bachillerato de Arte en Palencia y no tiene decidido qué estudiará después, si Derecho o Bellas Artes. «Pero una carrera, seguro», subraya.
La travesía para alcanzar esas metas ha estado salpicada de un mayor o menor número de obstáculos , pero estos tres ejemplos evidencian que se pueden sortear . Sólo hace falta voluntad, esfuerzo y apoyo familiar . Este último pilar, el del apoyo de las familias, es el más importante, a tenor de lo que cuentan estos jóvenes. «A los gitanos nos cuesta que nuestros padres nos dejen estudiar, pero los míos son muy abiertos», resalta Ester. «Ellos siempre me han animado y me decía que tenía que seguir intentándolo si algo me salía mal, pero hay niños que no tienen ese apoyo», responde Nayara en la misma línea. «Tengo la gran suerte de que me han apoyado desde el minuto cero; me han animado y han estado pendientes», añade Vicente.
Por eso, el primer paso para formar parte del programa Promociona de la Fundación del Secretariado Gitano es el consentimiento parental. «Nosotros presentamos el programa a los centros educativos y, si el centro identifica que tiene alumnos comprometidos con los estudios, hablamos con sus familias y firmamos por escrito un compromiso de colaboración», explica la directora territorial de la entidad en Castilla y León, Mar Fresno, antes de aclarar que les brindan refuerzos desde diferentes ópticas.
Por ejemplo en Promociona, centrado en el último ciclo de Primaria (5º y 6º) y en la ESO, trabajan a nivel individual, grupal y sociocomunitario, con clases de refuerzo por las tardes o dejándoles recursos que quizá no tengan en sus casas, como conexión a internet o una impresora. Se trata de la ‘versión’ más consolidada del programa para conseguir el éxito educativo en el alumnado gitano, pero cuentan también con Promociona-T, centrado sobre todo en Infantil y Primaria; y Promociona+, pensado para ciclos formativos, bachillerato y la universidad.
Dice la directora autonómica que a los padres les cuesta reconocer abiertamente que aceptan la mano que les tienden, pero la cogen y «confían» . «Si no hubiese sido por ellos no sé se si habría continuado estudiando; mi orientadora siempre me ha motivado cuando he tenido bajones y a mis padres les han animado a que siguiera», recuerda Ester.
Esta estudiante de bachillerato confiesa que está «solísima» en clase. No porque se sienta desplazada por el resto de alumnos, eso no, sino en referencia a que no haya más gitanos. Hasta tercero de la ESO había otra compañera, pero a partir de cuarto únicamente siguió ella. Y, ante este panorama, el eco de la pregunta sobre por qué quería continuar estudiando volvía a resonar. A ella le da igual. Tiene tan claro que quiere estudiar una carrera, incluso fuera de su ciudad, que no le importa defender una y otra vez su opción de vida. «Quiero ser independiente» .
Una reflexión compartida por Nayara. En su círculo familiar más cercano, en referencia sobre todo a sus primas, las chicas ya suelen estar casadas a su edad y tienen hijos . «En los gitanos es raro ver a una chica de 20 años que estudia en vez de casarse; a mí me dicen que soy mayor para seguir así», sin descendencia. Y ella replica contundente que «primero hay que ser adulto». «Hay que estudiar para tener algo en la vida y sin estudios no llegas a ningún lado; quiero vivir por mi cuenta y crecer como persona ».
Tampoco Vicente menciona el matrimonio o el convertirse en padre como opciones de un futuro cercano. Su deseo es empezar a estudiar alemán para trasladarse al país germano para ejercer como enfermero en cuanto tenga posibilidad. Quiere abrirse nuevas puertas. Como las que lleva abriendo toda su vida hasta confesar que en alguna ocasión se ha sentido «admirado». «Si a alguien le motiva mi ejemplo, si alguien puede ver en mí que se puede conseguir lo que te propongas, a mí me vale» .
Lo mismo que hace Ester con su hermano pequeño, al que «anima» para que continúe. Como ella y como una de sus hermanas mayores, que en su momento no terminó Secundaria pero luego retomó su formación y «ahora está trabajando». La otra –porque son cuatro– lo dejó en tercero, de ahí que Ester aspire a ser la primera de la familia en colgar de la pared de casa el título que acredita los estudios superiores.
El desafío no es fácil, a tenor de lo que reflejan los números, porque sólo el 2% de la población gitana en España alcanza la máxima graduación , frente al 27,3% del global nacional que lo logra, según el informe de la Fundación. De nuevo, se trata de revertir las estadísticas. Como la que sitúa la tasa de abandono escolar temprano en el 13,3% en el conjunto del país, y en el 86,3% en la población gitana.
Por eso una de las reivindicaciones de la Fundación es «poner en marcha medidas efectivas que eviten la concentración y segregación educativa del alumnado gitano». Nayara , por ejemplo, recuerda que en el colegio la separaban de sus primas porque no querían estudiar y ella sí .
Dice Vicente, el joven enfermero, que nunca ha sufrido discriminación, pero sí echa en falta que se normalice la imagen de un gitano estudiando. « Hay gente que dice ‘¿eres gitano y estudias?’. O dice, ‘es que no pareces gitano’ . La etnia es más una cuestión cultural que de aspecto físico», razona antes de mostrar su rechazo a los clichés. «No es tan simple como decir que los gitanos no estudian».
Él, recuerda, era «el niño de los porqués». «Siempre he sido muy curioso y he tenido ganas de aprender. Nunca me planteé dejar de estudiar por ser gitano» . Fue más complicado mantener el nivel cuando pasó al instituto, pero no flaqueó en su propósito de tener una profesión. Decidir a qué se quería dedicar llegó por una sacudida de la vida. Cuando estaba en tercero de la ESO le detectaron un linfoma y la enfermedad le mantuvo alejado de las aulas durante dos años, al menos de manera presencial, porque recuerda que su cabeza estaba pendiente de los exámenes que tenía.
Terminado el tratamiento, su «perspectiva con los estudios cambió», se fijó como objetivo recuperar los cursos perdidos y, gracias «a la ayuda de los profesores» terminó el Bachillerato con una media de 8,5 y la EBAU con un 11,5, rememora.
Del cáncer extrae «dos cosas positivas»: la buena relación que fraguó con sus padres, sobre todo con su progenitora, y decidir que enfocaría su profesión haca una rama sanitaria . «Quería ayudar a alguien, como ellos me ayudaron a mí».
Nayara también se decantó por la sanidad y, en su caso, lo decidió mientras residía en Tenerife. Allí estuvo dos años viviendo con su familia –poco antes de alcanzar la mayoría de edad– por circunstancias laborales de su padre. Recuerda que por entonces su abuela le dijo que ya era «un poco grande para estudiar» . Pero no había fisuras en su respuesta. «Yo necesitaba crecer más». Sus asignaturas preferidas eran biología y química y le motivaba «ayudar a la gente».
Con las ideas tan claras parece que nada se le ha puesto por delante. Prueba de ello es que, aunque ahora no le ha llegado la nota para estudiar Anatomía Patológica –uno de los grados donde exigen altas calificaciones–, ya está estudiando para volver a examinarse en mayo mientras compagina las horas 'hincando codos' con su empleo en el centro de mayores.
Lleguen hasta donde lleguen, Nayara, Ester y Vicente ya se han convertido en referentes . Son el espejo que ellos o, más bien ellas, no tuvieron para poder mirarse. Son las chicas las que confiesan que les ha resultado difícil encontrar modelos en los que fijarse dentro de su entorno más cercano . «De mi familia sólo uno de mis primos fue a la universidad, a estudiar Ingeniería Informática», dice la primera. La segunda aclara que, como mucho, sus ascendientes terminaron la EGB, porque «antiguamente había que ponerse a trabajar donde fuese lo antes posible».
El caso de Vicente es distinto. Es el segundo de una prole de siete y su hermano mayor, aunque «dejó los estudios a los 16», fue para «centrarse en su talento», el boxeo, hasta convertirse «en campeón de España». Así que, a pesar de que no continuara su formación académica, sí se volcó en una pasión heredada de su padre, también boxeador y propietario de un gimnasio en el que entrena a niños gitanos y al que acuden voluntarios para darles clases. «El tiempo que están allí no están en la calle», ensalza Vicente antes de seguir repasando los estudios de sus hermanos. El de 15 está en un módulo y los pequeños en Primaria «y van muy bien».
Los tres protagonistas de estas páginas se han prestado a contar su experiencia para evidenciar que «no se puede meter a todos los gitanos en el mismo saco», en palabras de Nayara, y con el objetivo de que sus testimonios animen a otros niños a continuar estudiando para dar un vuelco a las estadísticas , pero también esperan no tener que estar toda la vida explicando que sí, que son gitanos y que sí, que han decidido estudiar. Quieren normalizarlo y a la vez son conscientes de que queda un largo camino por recorrer.