Una ‘Campa’ en casa
El tiempo parece haberse parado también en las estrechas y silenciosas calles del barrio Belén y su ambiente repleto de paz y tranquilidad reina ahora más que nunca. Mientras tanto, sus vecinos cuentan las horas para poder volver a regalar al barrio su propia esencia familiar caracterizada por la cercanía entre unos y otros.
Los tejados rojizos de las típicas casas molineras , que contrastan con el azul del cielo, se llevan todo el protagonismo. Cientos de pensamientos y reflexiones habitan dentro de todas esas cuatro paredes. El de Vegui, que sobrelleva esta realidad con desconcierto, es uno de ellos. «Es como vivir otra vida en mi vida. Resulta que somos capaces de ser solidarios y queremos hacer mascarillas o cantar canciones, somos respetuosos en el supermercado, aplaudimos en las ventanas o nos acordamos de personas a las que antes mirábamos, pero no veíamos».
Y no le falta razón. Parece que ha tenido que llegar una pandemia global para que uno realice gestos solidarios y se dé cuenta de que lo verdaderamente importante son las pequeñas cosas que nos rodean. Ya lo dijo Franz Kafka: «Lo cotidiano en sí mismo es ya maravilloso. Yo no hago más que consignarlo».
¿Y a qué se refiere uno cuando habla de lo cotidiano –que ahora parece estar tan de moda–? A lo de todos los días, a lo que nos hace felices , aunque parecía que no quisiéramos verlo. Hacer esa receta con la música de tu cantante favorito de fondo, leer –por fin– ese libro que tenías apuntado en la lista Must read desde hace años o estar más cerca de esas personas con las que vives, pero a veces pasas tiempo sin ver. Acciones sencillas a las que ahora todos los que pueden, incluido mi vecino Rafa, dedican más tiempo.
Este maldito virus ha conseguido que se siente a ver la tele en su buhardilla, al calor de su chimenea, junto a su mujer y sus tres hijos, algo que no pasaba desde hace «muchísimo». «Ahora tenemos una actividad novedosa que es ver una película todos los miembros de la familia juntos» .
De todo este episodio al más puro estilo de Black Mirror que nos ha tocado vivir, uno podría sacan muchas lecciones . Desde aprender a valorar lo sencillo y cercano hasta ser conscientes de la importancia de «comunicarnos, escucharnos, reconocernos, respetarnos y sentirnos» porque «nuestras vidas están conectadas».
Igual de conectadas como lo está mi vecina Asun con sus plantas. Como bien cantaba Melendi en sus mejores épocas, ‘Desde mi ventana son más bonitas las flores…’ Y razón tenía. Pero más bonitas son si cabe las de Asun, con la que comparto patio. Cigarro en mano, no hay tarde que no salga al jardín para mimar a sus particulares mascotas y prestarlas la atención que se merecen mientras la paz y la tranquilidad continúan reinando en las calles de Belén.
Sin duda, lo más cruel de no poder salir de casa es el echar de menos. «No poder ir a pasear por el campo», lamenta Asun ; eso es lo que más rabia le da de todo esto, por lo que ha buscado otras alternativas y ahora se tiene que conformar con otros planes que tampoco le disgustan del todo y a los que poco a poco se va aficionando: leer Terra alta de Javier Cercas y ‘cascar’ almendros para, cuando todo esto acabe, repartirlos entre sus allegados.
Salir a pasear por la Ribera de Castilla, fotografiar los atardeceres desde la playa de Moreras, ir al pueblo a visitar a la familia y echar un ojo a la huerta o tomar el vermut sentado en una terraza mientras te pega el sol en la espalda son solo algunos de los placeres que forman parte de la infinita lista de ‘Cosas que mis vecinos echan de menos y será lo primero que hagan nada más salir de casa’ .
Lo del vermut es cosa de mi vecino Arturo , un joven que ve todo esto como un ‘ pifostio ’. Un jaleo de los gordos, vaya. Algo «inesperado» y «grave» que ha producido un cambio de 180 grados en nuestras vidas y por lo que ahora tenemos que estar encerrados en casa; lo cual no va mucho con él, pues le encanta pasar las horas tomando cañas en cualquier terraza de la zona de La Antigua mientras admira la catedral de Valladolid. De ahí que sea lo primero que vaya a hacer cuando ponga un pie en la calle.
Por un lado, las casas de tejados rojizos que albergan todas estas historias. Por el otro, a lo lejos, uno de los iconos más míticos del barrio, el lugar de reunión por excelencia: ‘La Campa’ . Ahora vacía, sin vida, sin jóvenes pegando patadas a un balón o haciendo piruetas en los columpios, sin vecinos sentados en los bancos admirando las flores de los árboles y solo recibiendo la visita de algún vecino afortunado que saca a pasear al perro.
El no poder salir a ‘La Campa’ a hacer deporte se nota, y si no que se lo digan a Fernan, que no hay día que no salga a su patio, que ha convertido en una cancha al más puro estilo Wimbledon, a jugar al tenis .
El día sigue su ritmo . El tiempo que transcurre entre que encajas una pieza del puzle que se te lleva atravesando desde el primer día de cuarentena y ojeas media página de la novela que estás leyendo, lo aprovechas para asomarte a la ventana, recibir un soplo de aire fresco y apreciar como el destino y la buena suerte han querido ese día ponerse de parte de una vecina que, en el breve trayecto que va desde la tienda de toda la vida de la calle Nueva del Carmen a su casa, se ha encontrado con otra vecina con la que ha echado una parlada de 30 segundos sin detener el rumbo hacia sus respectivos hogares. Medio minuto escaso que da para preguntar qué tal todo y recordar lo más importante. «Yo a comprar y para casa».
Cuando menos te lo esperas llega uno de los momentos más preciados del día. Levantas la cabeza del ordenador, miras el reloj y las agujas marcan las ocho menos dos minutos (sí, en mi barrio también se empieza antes de tiempo). Abres la ventana y comienzas a aplaudir con la banda sonora ya por excelencia de esta realidad tan surrealista que nos ha tocado vivir de fondo: ‘Cuando pierda todas las partidas, cuando duerma con la soledad, cuando se me cierren las salidas y la noche no me deje en paz…Resistiréeee’ . Aplausos de optimismo, de alegría y de energía mezclados con mensajes cuanto menos agradables en estos días que consiguen sacar una sonrisa: «¡Quién me iba a decir a mi que iba a socializar con los vecinos a las ocho de la tarde a través de la ventana!» dijo Bego en la convocatoria diaria. Pero así es, por extraño que pueda parecer.
El cielo se va quedando sin luz , lo cual solo significa una cosa: un día más es un día menos. Un día menos para que esto acabe y todo vuelva a la añorada normalidad. ‘La Campa’ volverá a estar repleta de niños jugando al balón, Asun y Vegui volverán a poner los pies en movimiento e irán a pasear por el campo, Rafa volverá a su pueblo para visitar a su tío y recoger algunos tomates de su huerta y Arturo volverá a tomar fotos a los atardeceres mientras disfruta de una caña en alguna terraza. Todo volverá.