De Odesa a la montaña de Soria
Oleg y su familia han abandonado Ucrania y ahora recomponen su vida en una pedanía soriana gracias a la solidaridad de Tomasso y Cassandra, que les han cedido su casa
Oleg y su familia (su mujer, su suegra y sus dos hijos de 10 y 3 años) abandonaron Odesa y su vida en Ucrania el pasado 27 de febrero poniendo dirección a la frontera con Rumanía en un coche que ahora descansa en la puerta de una bonita casa en El Quintanarejo, un pequeño pueblo soriano, pedanía de Vinuesa. Un destino que no estaba marcado en su viaje pero «las situaciones más complicadas ponen a ángeles en tu camino» , explica Oleg que pudo huir del país al contar con doble nacionalidad, rumana y ucraniana. Y es que su historia, aunque dura y triste por su condición de desplazados de una guerra que no quieren, es también una historia de solidaridad, amistad y familia. No en vano, su único pensamiento al dejar todo atrás, apunta Anna, la mujer de Oleg, «era poner a salvo de la guerra a los niños, era lo único importante». La invasión rusa había comenzado el día 24 así que en tres días escasos empaquetaron todos los pedazos de su vida que les cupieron en el coche y se pusieron en marcha rumbo a la frontera.
No tenían ningún plan trazado de antemano y su primera parada fue en Alba Lulia (Transilvania, Rumanía) donde descansaron hasta el 5 de marzo en casa de un tío de Oleg. Después cruzaron Europa (Hungría, Eslovenia, Italia, Francia y España) hasta llegar a Parla (Madrid) donde la madrina de Oleg vive desde hace un par de décadas. En total, 3.900 kilómetros . Es aquí donde aparecen los ángeles de los que habla Oleg y que tienen nombre propio: Tommaso Prennushi y su mujer Cassandra. Y aunque no quieren ser protagonistas de esta historia, lo cierto es que sin ellos no podría completarse. «La madrina de Oleg y su hija Alina han trabajado conmigo durante años. La llamé para saber de qué forma podíamos ayudar y me dijo que su ahijado venía para España con su familia. Nosotros vivimos en Madrid y tenemos la casa de El Quintanarejo para pasar fines de semana y vacaciones así que no lo dudamos y la pusimos a su disposición », explica Tommaso que conoció a Oleg y su familia en casa de su madrina el día que llegaron a Parla. «Fue un encuentro muy especial, lleno de muchos sentimientos...», indica Cassandra, sin evitar que las lágrimas aparezcan. Y es que es inevitable pensar en el giro de 180 grados que ha dado la vida de esta familia en un puñado de días. «Oleg es un hombre formado que gestionaba 15 tiendas de colchones en Ucrania mientras su mujer trabajaba como economista para el Gobierno», apunta Tommaso que añade: «Han abandonado su vida, dejando atrás parte de su familia, de sus amigos, su casa -que de momento está intacta-... todo. Teníamos esta casa disponible y teníamos que hacer algo». Y Oleg añade, agradecido: «La casa más acogedora del mundo». A El Quintanarejo llegaron el pasado 12 de marzo. Y un par de días después llamaron a su puerta -«otros dos ángeles», dice Oleg- una mujer con su hija que viven desde hace un par de meses en Vinuesa. La madre es rusa y la hija, alemana, habla cinco idiomas, el ruso entre ellos y se pusieron a disposición de esta familia como intérpretes, sobre todo, de cara al papeleo que tienen que hacer para regularizar su situación en España como desplazados con todos los derechos (de residencia, trabajo, estudios o sanitarios, por ejemplo) asociados. «Soy rusa pero aquí todos somos personas y tenemos el mismo corazón», explica mientras todos comparten mesa y comida en la casa de Tommaso en El Quintanarejo mientras la chimenea, encendida, completa la estampa dando una lección de humanidad dejando a un lado nacionalidades y política.
Encontrar un trabajo
Ahora mismo, la principal preocupación de la familia es encontrar un trabajo para poder vivir sin preocupación. «Aprovechamos este reportaje para hacer un llamamiento a los empresarios sorianos , Oleg y Anna son gente formada y con ganas de trabajar y aprender, aparte de con necesidad», pide Tommaso. No hay que olvidar a los dos niños: Vanya (10 años) y Dima (3 años). «Vanya sigue sus clases de forma on-line así como las extraescolares para mejorar su inglés», explica su madre. Y Dima, de momento, no va a la guardería aunque, si la situación se dilata, no dudan en escolarizarlos de cara al curso que viene aunque todos desean que no sea necesario. «Tenemos ganas de volver a nuestra tierra, nuestras raíces, nuestra casa... Aunque nunca olvidaremos el cariño que hemos recibido aquí», subraya Oleg. Galina, la abuela, no puede evitar echarse a llorar: «Allí he dejado a mi hijo y mis tres nietos». Y es que la crudeza de la situación de millones de ucranianos que han tenido que decir adiós de forma repentina a toda su vida para ponerse en manos, muchas veces, de personas desconocidas, es incuestionable.
Los niños también añoran su vida allí. Su casa, sus amigos, sus clases... Su rutina. Vanya es un apasionado del fútbol y viste una sudadera del Athletic Club Odessa, donde jugaba de portero. Su escudo recuerda al Athletic Club Bilbao. No en vano, tomaron su escudo y colores como referente al fundar el club ucraniano ya que al igual que el equipo español, solo juegan futbolistas de su cantera, no hay fichajes de fuera. El negro de la equipación representa el mar Negro que baña la costa de Odesa y las franjas rojas y blancas los rayos del sol. Sin embargo, ahora ha tenido que aparcar esta pasión «aunque le encantaría presenciar un partido del Numancia , ya ha empezado a conocer cosas del equipo de la ciudad», explica su padre mientras juega con sus hijos en las calles del pueblo con una pelota consciente, también, del sacrificio que supone para sus hijos este cambio aunque agradecido por su gran nivel de adaptación.