Diario de Castilla y León

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Primera verdad como la copa de un pino: que hoy lunes 20, a pesar de la apabullante manifestación del sábado en Madrid, ya estamos en el día 4 de la era Sánchez como Presidente Constitucional del Gobierno de España. Un titular de ringo rango cuya vigencia empezó y acabó con su publicación en el BOE el jueves 16. Fuera del ámbito del BOE –que ya sólo sirve para las cuentas del barquero que pasa el vado una vez y ya se ha vuelto viejo–, todo el mundo sabe aquí que toda nuestra complejidad radica en plantear acertijos anacrónicos para los niños de teta: a ver si aciertas éste, hijo: oro parece plata no es, ¿qué cosita es? ¡Ah!

Y tras esta chorrada, la segunda verdad. Hasta ahora la sociedad española se ha deslizado como un yo-yo entre la increencia y la ingenuidad. La increencia –no creer lo que parece evidente– ha sido un mecanismo de autodefensa que pone en entredicho nuestra inteligencia: no podemos tragarnos que tengamos el sistema más corrupto y desigual en una democracia sin darnos cuenta. La ingenuidad no es más que una secuela de la increencia: imaginar que el sanchismo, que no se ha visto en otra, y aun mintiendo con tanto ahínco, se haya convertido en una mentira estructural, democrática y liberadora. O sea, que seguimos tirando del acertijo para niños de pecho: ¿qué cosita será?

Insisto en los recién destetados, porque la niñez de guardería ya tiene un grado de contraste y no: no les cuelas tan fácilmente lo del oro parece plata no es. Oiga, que estas criaturitas, como si ya hubieran leído la Celestina al tomar el biberón, se saben de memoria lo que decía la gran cortesana sobre la mamandurria: que «la corderica mansa mama a su madre y a la ajena». Y no sólo esto, sino que sin titubeos saben la respuesta del acertijo: es un plátano, dicen, y encima se ríen en tus barbas. Es más, si te descuidas te encienden el móvil y te señalan el plátano que pintó Andy Warhol en 1967, y te dejan en pelotas.

Qué vergüenza, pero yo lo he vivido. Me ocurrió en las fechas entrañables de Reyes. Mi nieto pequeñín me agarró de la mano y me llevó a la librería para que le echaran un libro de juegos: quiero este libro, éste. Se lo consulté al librero, y me dijo: bueno, usted sabrá, pero aquí hay imágenes escabrosas. Y sin más le advertí al crío: es muy caro y no tengo dinero. Pero mi otro nieto, cuatro años mayor, terció: abuelo, eso es una bobería tuya, ¿tú crees que el niño no sabe lo que es eso? Lo sabe, pero a eso no le hace ni caso. Ahora sólo le interesan las aventuras de Doraemon. Miré al librero, nos quedamos perplejos, y redondeó el asunto: esto se nos escapa de las manos.

Pues exactamente esto –que se nos ha ido de las manos, y esta sería la tercera gran verdad– es lo que nos acaba de ocurrir con la investidura y nombramiento de Sánchez como Presidente Constitucional del Gobierno. ¿Es que no han visto la cara del Rey que en vez de un saludo pre navideño parecía una procesión de Viernes Santo? ¿Y no han visto el careto risueño y sarcástico de Sánchez prometiendo por sus muertos «cumplir con las obligaciones del cargo, con lealtad al Rey, así como guardar y hacer guardar la Constitución»? Todos lo hemos visto y, entonces –cuarta verdad, ¿qué cosita será?–, se nos ha revelado el acertijo en toda su crudeza, y tal y como refieren en mi pueblo: que bellacos hay en casa, madre, y no somos ni tú, ni yo ni mi padre.

Y es que lo aparente –a esto se refería Aristóteles, al hablar de la Tragedia, como de «una acción noble que, a veces, arrastra consigo una buena dosis de miedo»– no es más que el plátano del acertijo infantil «que nos lleva derechitos al dapolculo», que señala mi vecina Carmina sin complejos y se queda tan ancha. Esta falsa apariencia nos lleva hasta Sánchez como realidad y cabeza pensante del terror aristotélico con una facilidad pasmosa: que el oro y la plata nos parezca imposibles, frustrantes, carroña. Y es que este Perico gestiona el Gobierno de España como si fuera la international fruit company de una república bananera.

Esta deriva, como gestión bolivariana, nos lleva a la quinta verdad que consiste en borrar de las leyes españolas, y a partir de ya mismo, cualquier tipo de constitucionalidad y libertad ciudadana que huela al 78. ¿Cómo? Ya Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, nos señaló cómo los tiranos elaboran sus programas más vanguardistas y progres: con «cantidad de errores que venden como placeres raros». Es decir, que todo acabe en esta orgía antidemocrática: que los golpistas, frentistas, secesionistas, filoetarras, anticonstitucionalistas, racistas, ladrones, prevaricadores y antiespañoles, sean la argamasa y la asignatura obligatoria de las nuevas leyes.

Con todo este cascajo de frutería chavista, nos llega la sexta y última verdad: que el plátano fálico de Wharhol ha caído en desuso como placer raro pues, al fin de cuentas, no deja de ser un emoticono que ya no reponen ni en los cines de barrio. Así que el Gobierno Frankenstein II, totalmente resignado ante el desparpajo frutero de Isabel Díaz Ayuso, se ha visto obligado a improvisar un nuevo acertijo exclusivamente para niños de guarderías subvencionadas y con un suspense revolucionario. A ver si esta vez lo acertamos sin más rodeos: blanco por dentro, verde por fuera, si quieres que te lo diga es pera.

Así que la Ayuso –la única con cresta en este gallinero– ya está preparando la navaja de Ockham: ni se te ocurra ni en el juego ni en veras con tu señor partir las peras. A la calle, a la protesta, y al alpiste hasta que el teorema de Pitágoras, o de Putágoras, quede perfectamente explicado: que el ángulo recto es igual a la suma de los cuadrados.

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