Diario de Castilla y León

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EN innumerables ocasiones los seres humanos presumimos de lo que NO deberíamos presumir y ofrecemos lo que NO deberíamos ofrecer; unas veces, porque no seríamos capaces de dar lo prometido, simplemente por eso, es decir, porque nuestras limitaciones son las que nos dicen al oído: hasta aquí hemos llegado. Tus denarios son esos, si los quieres los tomas… pero inviértelos bien, en lo que quieras. No los entierres. En otras ocasiones porque desde las trabas que a veces nos apabullan, se nos impide subir a esas repisas, que desde nuestras cualidades reales seríamos capaces de alcanzar; pero los condicionantes políticos, sociales, religiosos y económicos…y, sobre todo, el qué dirán, nos impiden llegar al estatus anhelado.

La literatura, en muchas ocasiones, nos pone en nuestro sitio y aunque nos gustaría pensar que somos unos “crack” y que todo, absolutamente todo lo planteado por cada uno de nosotros no tiene parangón… porque somos los mejores, los más sabios, los más guapos, los más cultos, los más inteligentes. Pues no hemos conocido nunca a nadie como nosotros. Y, en definitiva, aspiramos – “porque nos lo merecemos” – a cumplir con la esencia viva de unos versos de Berceo “sacados de contexto” y que dicen: Quiérome en estos árboles un ratito subir / es decir, quiero algunos milagros escribir…No te jode, también quiero yo escribir milagros y hacer milagros que no están a mi alcance. Esa es la realidad de la vida, de la vida que se nos ofrece, muchas veces, destartalada e incierta. Y claro, la vida no es un deseo. Es una realidad que nos acota y nos lleva por caminos divagados. Y como somos pecadores. Perdón, los ateos no. Ellos se libran. Pero yo concretamente soy humano, creyente y pecador, lo reconozco. Y soy lector de medio pelo - en la gran literatura en castellano - de un tal Juan Ruiz que debió ser Arcipreste de Hita y hoy hurto sus versos y palabras: Yo, como soy humano y, por tal, pecador / sentí por las mujeres, a veces, gran amor…

La vida no es precisamente un edén de amoríos. Es un salto de mata y así lo creemos la gran mayoría, pero el Presidente del Tribunal Constitucional Cándido Conde-Pumpido al que algunos llaman – no sé por qué – “La Voz de su Amo” no debe creerlo. Cree en su grandeza de cuerpo y de espíritu. Cree en su honestidad, imparcialidad, honradez y bonhomía…en fin, en muchas cosas falsas, que todos sabemos que son falsas. Porque ha dicho estos días (abróchense los cinturones y no se descojonen de la risa) que solamente con el principio de no injerencia se puede garantizar la independencia judicial ¿Pero cómo se pueden decir tantas sandeces? ¿Tantas cosas raras? Raras, raras como hubiese dicho el padre de Julio Iglesias. Cándido dijo eso y se quedó tan ancho.

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