Acabar con la pederastia en la Iglesia supone acabar con los encubridores
La lacra de la pederastia en la Iglesia, que golpea también en Castilla y León, no está resuelta ni mucho menos, por mucho empeños que tengan algunos carcas de tratar de ocultarla. Sólo se resolverá y liberará a la Iglesia de un mal que amenaza sus propios cimientos sociales con transparencia y con determinación. Pero también con contundencia. La Archidiócesis de Valladolid ha puesto en marcha un programa para atender a víctimas abusadas por curas cuando eran niños. Ya han aflorado cinco casos, nada menos. Cinco casos que han denunciado a otros tantos religiosos. ¿Cuántos más delitos cometieron esos cinco religiosos sobre otros niños y niñas que, después de tantos años, por no revivir lo ocurrido o por evitar el estigma social no han querido denunciar? Porque lo que ha quedado claro hasta ahora es que quien cometió abusos y violaciones no lo hizo sólo con una víctima. Fundamentalmente no lo hizo con una víctima porque se instauró un sistema de encubrimiento, consistente en evitar el escándalo aprovechándose de la vulnerabilidad de las víctimas y sus familias, y trasladando al delincuente a otro lugar, para que siguiera violando, pero no incomodara a sus anteriores víctimas. Así ocurrió sistemáticamente en la archidiócesis de Boston, esencial en hacer saltar por los aires un modelo instaurando durante lustros y encubierto durante lustros. Si la Archidiócesis vallisoletana tiene la sincera determinación de acabar con la pederastia y resarcir a las víctimas hasta ahora ocultadas, tiene que profundizar más. Tiene que investigar esos años y los lugares donde ya ha constatado abusos y violaciones. Tiene que rastrear a los abusadores, pero también tiene que indagar quiénes conocían lo que ocurría y actuaron de encubridores. Porque también hubo religiosos, que desde la discreción orgánica, denunciaron las barbaridades de sus compañeros.
Saber qué pasó de verdad es esencial. Por la supervivencia de la propia Iglesia. Pero también por respeto a las víctimas de esos abusos. Las que han denunciado y las que han preferido guardar silencio o han muerto sin encontrar justicia a su tragedia. Y lo crucial, lo debe saber el arzobispo Luis Argüello, es acabar con los encubridores para acabar con las alimañas. Porque si no se hubieran encubierto muchos casos no se habrían producido muchos más. La lacra está latente, por ejemplo en Valladolid, donde el cura de Angustias, una de las principales parroquias de la ciudad fue a la cárcel por acosas sexualmente a una niña inmigrante y pobre. Ese era el modus operandi del sistema, elegir víctimas vulnerables. Sólo la verdad os hará libres, monseñor Argüello, y demás.