Diario de Castilla y León

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El Jueves nos llegaron por la prensa las imágenes impactantes de la noticia, ocurrida el miércoles 23, y que se hicieron virales desde el crítico momento del suceso: matan a Evgeny Prigozhin, el feje de los mercenarios de la Wagner. El día, el lugar, el momento, y el escenario, estaban milimetrados. Y todo a punto para que la hipocresía brillara en su esplendor como escribía Maquiavelo en El Príncipe: lo mejor para un tirano «es que parezca que tiene buenas cualidades a que las tenga en realidad».

Dábamos por hecho que, más pronto que tarde, caería la pieza que, pocos meses antes, puso a Putin en serios aprietos ante la opinión mundial. La sospecha en política es el único murciélago que da claridad a un asesino en serie. Así que ahora mismo estamos en la parafernalia de la política del Kremlin que dirige Putin con la misma liturgia que se refiere en el Apocalipsis de San Juan 20, 7: «la bestia saldrá a extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la tierra (…) a reunirlos para la guerra».

Exacto. Desde la invasión de Ucrania, Putin es la bestia negra que extravía a no pocas naciones, y que reúne en torno a su causa genocida a no pocos asesinos –tantos «como las arenas del mar» puntúa el texto sagrado–, para reconstruir la gran Rusia estaliniana que tanto añora. Todo en el autócrata ruso se centra en los misiles del Apocalipsis: en los misiles Poseidón que, en diez mil kilómetros a la redonda, todo lo convierten en pavesas radiactivas, y en terror nuclear a cuanto apuntan y amenazan. Un fiel retrato de «la bestia» apocalíptica que, con cien megatones de «falso profeta», tiraniza «de día y de noche» a los seres y a las conciencias, según el vidente de Patmos.

Bueno, pues salvando las lógicas distancias y todas las metáforas apocalípticas y literarias que imaginar podamos –faltaría más–, hay que decir que en España, visto lo visto tras las elecciones generales del 23 de Julio, y de la infinidad de maniobras para constituir Gobierno, estamos bajo una tupida red de misiles de todo género y condición. Sobre todo misiles de racimo, que están prohibidos en democracia tanto para exportar armamento defensivo y ofensivo, como también para vender en dosis de ideología política para consumo interno de ciudadanos que se van de vacaciones y que, inocentemente, no piensan en ninguna otra cosa más rentable.

En el uso de su potencialidad ofensiva y plenipotenciaria, ahí tenemos a Pedro Sánchez reclamando su investidura como Presidente con un misil nuclear que hace temblar las costuras de la Constitución que, precisamente, definen la esencia y la existencia de nuestros derechos como democracia plena. La bestia de Frankenstein, que creíamos vencida, anulada, y con un estacazo en el corazón que reduciría para siempre su resurrección, está más viva que nunca, porque, sencillamente, las cuentas le salen como el degüello en 17 partes de Sancho, perpetrado a la luz de la luna de Tailandia.

En todos los socios de Sánchez no hay ni uno solo, ni uno, que no tenga en la recámara aquel misil de precisión bancaria que nos lanzaba Sartre a los muchachos del mayo del 68 cada noche para poner a prueba nuestra incomodidad de sujetos bien alimentados: «cuando los ricos se hacen entre sí la guerra, son los pobres los que mueren y ponen los muertos». Exacto. Esta es la esencia de la bestia negra del Apocalipsis. ¿Alguien piensa de verdad que Puigdemont, Junqueras, Rufián, Otegi, Yolanda Díaz, Irene Montero, Belarra, o Aitor Esteban, son únicamente nóminas, dinero por los servicios prestados? Son algo más que eso, señores. Son las piezas de recambio de la Wagner hispana y mercenaria, el envoltorio de Sánchez como realidad urgente e insustituible de progreso hasta la victoria siempre.

¿Y la candidatura de Feijóo para el cambio, sinceramente, qué parece ante esta prepotencia que coloniza «toda tribu, y pueblo, y lengua y nación» que refiere la Biblia? Pues nada, que estamos ante unos misilitos de esos que nunca llegan a dispararse del todo porque lo suyo es como la tibieza del pirindolo que siempre anda de aquí para allá con blandiciosos. Con su disparo a la inversa y tan de Sánchez, no pocos fieles desertan o desiertan. Normal. El votante escaldado percibe que no todos en Génova son de la misma religión, y que la tibieza activa es una de las claves para que triunfe la bestia apocalíptica.

Sólo hace falta escuchar al blandurrico de González Pons, haciéndose estas cuentas de badajo con astucia sibilina de novelista que le gustan los meneos pornográficos: «si el PP entrara en la subasta en la que está Sánchez con Junts, a lo mejor el PP podría tener el voto a favor en la investidura de Junts. Si nosotros aceptamos la amnistía y aceptamos un referéndum de independencia en Cataluña, le quitamos el apoyo de Junts a Sánchez». Tumbativo.

¿De dónde habrá salido esta patochada retórica tan blanqueadora como endeble? Digo patochada porque no tiene un pase, y digo blanqueante porque, ¿quién dice que no lo estén hablando ya? Hablar, lo que se dice hablar con Junts, sabemos que lo están haciendo a calzón medio quitado, o «bajao» del todo, que dicen en mi pueblo. ¿De qué hablarán a espaldas de Vox? ¿Acaso que el delta del Ebro se está secando y ya es menos independentista porque el regadío intensivo de los aragoneses tiene perendengues?

En fin que entre los misiles de Putin, las bombas de racimo de Sánchez, los misilitos de Feijóo, y los bombazos de Rubi mutando de estilete a donut, esto parece un extravío de verano, un artificio de «la bestia» para expandir y ganar la guerra que no sabemos cuánto durará. ¿No se lo creen? Ni falta que hace, pero se van a enterar.

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