Diario de Castilla y León

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ACABÓ LA CAMPAÑA, y hoy lunes, exhausto y zumbado, vuelvo al descanso del borracho que consiste, según hemos aprendido de Sánchez en estas elecciones de plancha y fregadero, en volver a beber, a enchufar la rowenta último modelo, y a cambiar los senos del lebrillo porque hemos acumulado demasiada porquería. Lo cierto es que yo al menos, señores míos, sigo impactado con el chiste más repetido por Sánchez en estas jornadas de penuria democrática: «Vamos a ganar las elecciones contra todo pronóstico, y las vamos a ganar porque lo hemos hecho bien». Qué malísimo es no tener abuela.

Como pueden imaginarse, escribo esta columna desde el substrato más profundo del sábado de irreflexión. Sin tener idea clara si Sánchez -que por haberlo hecho todo tan rematadamente bien se ha convertido en el más cojonudo de la esparraguera- ha desbordado la remontada del siglo, ganando las elecciones como científicamente pronosticaba el CIS de Tezanos, o si el «paleto» de Feijóo -como le han definido los monclovitas del manubrio para hacer hamburguesas industriales- ha conseguido la mayoría absoluta o la relativa.

Como piedra sin agua no afila trinquete, pues nada… algo tendré que escribir aquí para disimular mis nulas cualidades de adivino y encomendarme a la incertidumbre de las urnas. Así que, para despejar dudas sobre quién ganaría o perdería, no se me ha ocurrido otra cosa que evacuar consultas con mi vecina Carmina. No será tan científica y elaborada como Tezanos con cientos de millones, pero que la señora va derechita a lo que importa, y que orienta como nadie por dónde va el voto de la compra, no me cabe la menor duda.

¡Madre mía, en qué momento se me ocurrió! Fue inmisericorde con el género, con la política, y con la economía. Como portavoz de la calle en busca de las marcas blancas de los supermercados, me miró de arriba abajo y me soltó entre irónica y retadora: no sé a ti, profeta de nulo peso, pero a mí esa preguntita de quién va a ganar o a perder me la trae al fresco. ¿Y sabes por qué? Porque perderemos los de siempre: los que dependemos de Dios y del diablo para seguir subsistiendo.

No obstante, te daré tres puntadicas, por si te sirven para salir del paso. Primera, y para que no te quepa la menor duda: yo no pienso cambiar el voto que metí en la urna en las municipales del 28 de mayo por algo que dicen en mi pueblo: el pastor que se dedica al jolgorio hace del lobo su socio. Y hasta ahí podíamos llegar: eso ni de coña, y déjalo ahí bien claro.

La segunda -cómo decírtelo sin reventarte esta entrevista- afecta a la calidad de mi cocina que, a dos fuegos, ya sólo funciona los días pares y eso mirando al reloj con detenimiento. Sepas que los filetes de vaca son ya para mí una excepción ibérica, y los de ternera se quedan en una sospecha pornográfica que ni huelo. Así que puedo decirte que lo mío es una lucha a muerte contra el pollo de la Moncloa. Un pollo de segunda con muy pocas opciones de repetir, pues con este pollo esta servidora no cocina en serio ni las criadillas en cazuela de Moreruela.

Y tercera, y terminamos la interviú. Después de ver a la Yoli y al Perico, haciendo en el debate de televisión española un curso a ganchillo de crochet tunecino con aguja de una sola punta, pues qué quieres que te diga, Antoñito, que esta gente es una peña de pescateros amotinados que todo lo venden en una subasta a gritos: ¡chicas, al alpiste, a la raspa de la sardina, que esto se acaba como la verdad y la mentira! ¿Cómo voy a votar a este dúo de palomas mensajeras? Pues como yo, y no lo olvides, una gran muchedumbre de amas de casa que vamos a la compra con una bolsa vacía y volvemos a casa, como mucho, con el higadillo de los pajaritos.

Más claro agua, al menos como lo plantea mi vecina Carmina. Lo cual, como remate de una campaña electoral que Sánchez diseñó como un castigo brutal a los votantes por haber votado contra él el 28 de mayo -que se jodan y que voten ahora en las vacaciones de Julio, en mitad de un puente, y en medio de una colorina infernal-, y que apareció en sus comparecencias como un tentetieso de circo bamboleante, el cabreo del domingo hará cuerpo en una convicción racional para muchos: hay que echar a Sánchez.

Su salvación ya no depende ni siquiera de él. Depende exclusivamente de sus socios de la franquicia Frankenstein. No obstante, blanquear este maridaje de terror y de independentismo desorejado ha sido su obsesión durante toda la campaña electoral, mintiendo a discreción. Su reto principal ha consistido en una argucia frívola e inmoral: enfrentar a una monja con una puta, con una finalidad tumbativa: que al final de la campaña, y por el arte de birlibirloque este tentetieso siempre sale a flote, el votante tenga un impresión políticamente edificante: que la monja puede ser, al menos de pensamiento, también puta.

Y por esto mismo, que es tan cojonudo, sólo Sánchez puede pactar con filoterroristas, comunistas, separatistas, y violadores para sacar adelante un país bananero y bolivariano, que se cuelgan medallas por su gran gestión demoledora. Eso sí, Feijóo no puede, de ningún modo, pactar con Vox porque su constitucionalismo y españolismo divide a la nación más vieja de Europa. Tiene huevos la huevera. Así que no se hagan más cuentas del gran Capitán hayan votado lo que hayan votado. Estas elecciones las ha perdido Sánchez por goleada, porque se han dirimido entre dos realidades antagónicas e irreconciliables: entre el sanchismo en falcon -antiespañol, disolvente, liberticida, okupa, y más rancio que la mojama-, y entre el constitucionalismo de 1978 integrador, abierto, respetuoso, humanista, libérrimo.

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