Diario de Castilla y León

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PARECE QUE dejamos atrás esta enésima ola de calor que, a mi juicio, ha sido menos abrasiva que los episodios de sofocante calima sahariana que vivimos el verano pasado. De hecho, tal día como este próximo lunes en el que la actualidad estará muy caldeada por el resultado de las elecciones generales, hace un año vivíamos en Burgos y en el resto de Castilla y León una alerta por calor y riesgo extremo de incendios que lamentablemente se convirtió en realidad. El 24 de julio de 2022, un domingo víspera de la fiesta del Apóstol Santiago, la sobremesa saltó en llamas por un incendio producido por una imprudencia en las labores agrícolas en un sembrado de Quintanilla del Coco. No he visto una cosa igual en la vida. Fue pavorosa la rapidez con la que se extendió el incendio cabalgando a lomos del viento encajonado por un pequeño valle que desemboca a la altura de Santo Domingo de Silos. Todo el mundo se dio cuenta rápidamente de que la situación era de un riesgo extremo y se movilizaron todo tipo de recursos, especialmente para sacar a la población de sus casas porque ya se veía que no habría manera de frenar el fuego. Quintanilla del Coco, Santibáñez del Val, con las llamas en las casas, Silos, Contreras y otros pueblos fueron completamente evacuados mientras bomberos a pie y desde el aire trataron de frenar este cañón de fuego que llegó hasta los muros del monasterio benedictino de Silos. Los rezos de los monjes y la entrega de los bomberos evitaron un desastre monumental. Si esto pasó en Burgos, no puedo imaginar qué pudo suceder en los incendios de la Sierra de la Culebra y de Losacio en Zamora donde las llamas aún arrasaron con mayor número de hectáreas. Todos vimos espantados esa imagen del agricultor que salió escapado de una cosechadora para huir de las llamas. Este año, por el momento no se han producido grandes incendios pero estamos ya en plena campaña de cosecha, cuando las máquinas vuelven al campo, cuando quedan los rastrojos en el surco, cuando nos vamos al monte a escapar del calor y a merendar. El peligro acecha y no hay que descuidarse. Ya hemos visto lo que se pierde y lo rápidamente que un fuego puede convertirse en un incendio descontrolado que amenace las vidas y los recursos de un pueblo. Responsabilidad, cabeza y empatía es lo que hay que meter en la mochila cuando se va al monte. Es lo menos que se puede hacer porque aunque las labores de prevención y, eventualmente, de extinción corresponden a las autoridades públicas, todos somos responsables de preservar nuestro medio natural. 

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