Ganar o morir
¿SORPRESA? Ninguna, y perdonen la impertinencia del dos puntos: ¿qué es una sorpresa en política sino una cosa apercibida que puede suceder en cuanto menos te descuides y que te van a clavar de improviso como si fuera una adorable traición en sálvese la parte? Bueno, pues entendido esto tan elemental, ya puedes explicar a tu abuela, como aseguraba el genial Einstein, hasta la teoría de la relatividad y todos los prodigios del alba.
Así que comistrajos los justos. No demos la vara con la luna de Salamanca. Todos estábamos apercibidos, y bien amonestaditos al respecto. Sabíamos que, en cuanto Sánchez perdiera las municipales y las autonómicas –era como el clamor de la masa crujiente de la piza–, habría alguna clase de consecuencia. Lógico. Es un traidor de base pastafrolas en zigzag. Lo que no sabíamos, y servidor entre ellos, es que el revolcón fuera un lagarejo tan rotundo como los de antes. O sea, uno de esos que dejaban a la era y a la viña del lugar sin grano ni paja ni ollejo ni «na de na».
Este servidor –que en política no es más que un crítico en ayunas que a veces cuenta palabras como si fuera cuchilladas o floripondios en mayonesa–, ya lo advirtió aquí en la columna del lunes pasado sin saber que la debacle sanchista sería de proporciones olímpicas. Como no quería ser tremendista, dije – como quien baraja encuestas a pie de urna– que Sánchez convocaría elecciones generales «cuando le convenga», y que éstas serían las elecciones «de la victoria siempre». Textual.
Qué bonita metáfora para indicar que su victoria, en todo caso, se apilaría, como mucho, en las carretas de heno del castrismo y del bolivarianismo trasnochado como retórica medieval del progresismo etarra y del chapote emergente y de las jons. Pero me equivoqué como tantos otros lo han hecho a través de la semana pasada. Convénzase de una vez por todas, si es que quiere: Frankenstein ya no es el que era. La zurra ha sido tan portentosa, que ya no está en esa dulzura del kubata con azúcar y ron añejo hasta las cinco de la mañana. Menos aún en dormir la curda hasta las doce del mediodía, hora de las anunciaciones.
Tras la debacle del 28-M, Sánchez está justamente en las lanzaderas atómicas de Corea del Norte donde los misiles traspasan el mar de Japón, jalean el jolgorio del hambre, y apuntan al imperialismo trumpista y a la extrema derecha y a la derecha extrema allá donde se encuentre con un afán de exterminio: quien te cubre, te descubre para hacerte cenizas mejor como en los mejores sueños de Stalin o el cuento de Caperucita Roja en versión Yolanda Díaz. ¿A qué si no obedece el eslogan beligerante «ganar o morir», que ha colgado el sanchismo en todas sus terminales mediáticas, como referencia arrasante para las elecciones del 23 de Julio?
Nos hemos quedado todos cortaditos y alicaídos, porque no esperábamos esta sinceridad tan belicista y pendenciera. Qué sé yo… esperábamos más mentiras a gogó, más posverdad en conserva, más cine subvencionado para cursos de espiritismo, más televisión rosa en vena, más chutes y puterío con el Tito Berni, más consejos de ministros para acabar con el género, con el número, con la propiedad y con el paro, más ayudas al okupacionismo, y más… muchas más leyes para enderezar la Constitución hasta que Pumpido haga del derecho constitucional una pleitesía encebollada.
Pues no señor Sánchez, no sólo no ha dimitido como Presidente del Gobierno y como Secretario General del PSOE, el partido que ha perdido unas elecciones en clave nacional de manera apoteósica porque así lo quiso. En absoluto. Se ha limitado, eso sí, a tomar nota de una situación delirante y obscena y, por primera vez –lo que es de agradecer–, se ha quitado la careta. Quiere que todo cuanto ha hecho hasta ahora no sea más que el preámbulo de todo dictador: limpiarnos las narices y los bolsillos, dejarnos sin instituciones democráticas, y que le demos paso franco en nuestra casa y en nuestros pensamientos. Éste y no otro es el sentido bélico de «ganar o morir».
Si usted piensa que el correctivo que nos ponga tras el 23-J lo hará con la vieja regleta con la que aprendieron nuestros padres a leer, y que nosotros desterramos para siempre de nuestra pedagogía, se llevará una triste decepción. Sólo tiene que observar la fecha estratégica que ha escogido para darnos con el rabo en la sartén: un capricho veraniego de tirano que él, cómodamente, vivirá en falcon entre Doñana, La Mareta y Bruselas como una pasión turca desenfrenada.
Del 23-J sólo le importan a Sánchez dos intereses fundantes para su supervivencia política y señorial. Dos dividendos que, curiosamente, tienen que ver mucho, pero que muchísimo, con nosotros y con nuestra supervivencia democrática: nuestros votos serviciales, y nuestras tragaderas libérrimas. De nuestros votos acabamos de saber, por experiencia propia, que le importan un rábano. Ha tomado buena nota y espera que en Julio volvamos al «albañal de Júpiter», como escribía Gracián, con un talante amplio, patriótico y sanchuno: «ganar o morir».
Asunto dificilísimo lo de las tragaderas, que hay de todo tipo y condición. Eso de sembrar incertidumbre y caos para que voten, ya nadie se lo cree. Nadie se monta en un vaivén con metralla etarra para hacer la paz, nadie se apunta a la montaña rusa del independentismo catalán o vasco para fabricarse una nación con okupas al cuadrado. Esta añagaza de «ganar o morir» ya la apuntó Erasmo como un objetivo demencial: «Hay quienes suscitan la guerra por la única razón de poder ejercer más fácilmente por esa vía la tiranía sobre sus súbditos». Pues mira, chico, que te vote otro tonto de capirote.