Deslegislación
DESEARÍA seguir viviendo siempre en un país democrático, capaz de asumir que el ser humano es libre para pensar, hacer, decir y decidir lo que le dé la gana, incluso equivocándose. Libre para reflexionar en voz alta cuando no esté de acuerdo con lo que digan los demás. Porque la libertad que en 1976 prometió la democracia era eso, y más que eso. Hoy, pasados los años, sabemos que los diferentes gobiernos - sobre todo este último - se han dedicado a legislar compulsivamente e irresponsablemente. Han ido encorsetando nuestro entorno y, a veces pienso, que después de tantos años legislando necesitaríamos urgentemente un gobierno dedicado a “deslegislar” es decir, a derogar leyes, suprimirlas, aniquilarlas; de ese modo eliminaríamos un sinfín de ataduras que ahora nos oprimen. Pero, entre tanto, sigue habiendo ministros que gravitan y dulcifican regímenes dictatoriales. Aunque, los que pensamos de otro modo, nos sigamos manifestándonos desde nuestra libertad. Para decir, por ejemplo, que los separatistas, cómplices de Pedro, seguirán ayudando a legislar y legislar en propio beneficio, y, de paso, se seguirán presentando a las elecciones para cobrar un sueldo del Estado que pretenden destruir, pero no ayudan ni ayudarán a clarificar los crímenes pendientes de la ETA.
El Estado de Derecho protege a delincuentes sentenciados. Recientemente lo hemos visto. Deja en libertad a algunos delincuentes que siguen acunándose en las leyes dictadas para todos y en otras, muy parciales, dictadas para ellos. Porque el gobierno ya ha modificado nuestra legislación con la idea de favorecer intereses particulares e intereses de Moncloa, porque que el único objetivo es seguir gobernando. También forman parte de este cúmulo los azuzadores que creen que encarnaban la verdad absoluta, cuando violentan a Pablo Motos o a otros periodistas, pretendiendo coartar más libertades... Y recuerdo, de paso, que Pablo Milanés no pudo vivir en su Cuba anhelada por estar en desacuerdo con una dictadura.
Algunos iluminados siguen reinterpretando las palabras de Sabina, cuando solamente dijo, que lo que piensa ahora es diferente a lo que antes pensaba. Es el principio lógico para que las conductas de expresión y de opinión sigan siendo la gran peana del sistema democrático. A pesar de que, desde el gobierno, se hayan manifestado en secuencias radicales, llamándoles fascistas a sus opositores. Necesitamos con urgencia un parlamento que “deslegisle”, que borre normas que aíslan y atacan disímiles pensamientos.
Ya he dicho otras veces que creo firmemente en la democracia y por eso nunca he auspiciado ni auspiciaré ningún tipo de atadura-dictadura. No creo en las actuales Venezuela, Cuba, Marruecos y otros muchos estados similares. No creo en los países que representan y desean representar autoritarismos. No creo en los que silencian a sus opositores con la cárcel. Hoy me uno al pensamiento de Sabina, para decir con él que me preocupa la deriva que han tomado muchos países de América Latina y también mi país.