Diario de Castilla y León

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El otoño ha llegado con promesa de días cálidos y secos, pero se avecinan tormentas políticas en el horizonte. Las polémicas surgen como los níscalos en mi pueblo cuando la temporada es buena y no hay día sin su rifirrafe. Castilla y León, es una tierra de oportunidades por desarrollar, como se ha puesto de manifiesto en el congreso ‘Somos Cyl’ organizado por este periódico esta semana, en la que se necesita un amplio marco de cooperación para superar la situación de crisis en la que el mundo vive desde hace meses. Sin embargo, la Comunidad en vez de prosperar bajo el sol otoñal se cubre de negros nubarrones de agría polémica partidista. Casi se puede dar ya por perdido el trabajo del parlamento autonómico en esta legislatura cuyos primeros meses han bastado para abrir trincheras y romper lazos. Ni siquiera el Diálogo Social, tan encumbrado en esta Comunidad, ha quedado a salvo. El viento otoñal ha traído a Castilla y León los efluvios del liberalismo económico con su nuevo mantra: la bajada de impuestos. Mil veces habré dejado escrito a lo largo de los años mi sintonía con cualquier llamada a la moderación fiscal, principalmente por desconfianza en la capacidad de gestión de los fondos públicos por parte de las instituciones. No me cabe duda de que los presupuestos, las inversiones y, sobre todo, el gasto se mueve por criterios de oportunismo político, filias,  fobias y compromisos de quienes deben administrarlo por el bien de todos. En los ocho meses que quedan hasta las elecciones vamos a ver una riada de gastos presuntamente con finalidad pública pero con trasfondo propagandístico. Algún alcalde ya ha empezado a blindar apoyos soltando fondos públicos a proyectos agotados y vanos. De cheque en cheque hasta llegar a las urnas. Sin embargo, la reducción general de impuestos deja el dinero en el bolsillo de los ciudadanos, que es donde mejor está, más rinde y mejor fin social consigue. Adicionalmente, considero que una reducción de los ingresos públicos, que es uno de los efectos que podría derivar de la bajada de impuestos, colocaría a los gestores de las instituciones, incluído el personal público, en una tesitura casi desconocida en estos tiempos y que, en cambio, los ciudadanos experimentamos cada vez más como es controlar nuestros gastos y hacer que cada euro cuente sin endeudarnos. Adelgazar la estructura burocrática, cortar la hemorragia de fondos en proyectos personalistas, proteger los servicios públicos esenciales; gestionar en definitiva. Bajar los impuestos supone un cambio en el marco mental de quienes están acostumbrados sólo a gastar para que se apliquen a gestionar, sólo que parece que hay quienes están dispuestos a aplicarse a ese reto y qioenes son incapaces de renunciar a gastarse la pólvora del Rey.

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