Diario de Castilla y León

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LOS ASESINATOS de hombres de Estado a lo largo de la historia han sido relativamente frecuentes. El carácter sagrado del gobernante tiene algo que suscita en los fans o clubs de hinchas, pasiones y amores; en los detractores, odios y rencores. En otras ocasiones, las menos, indiferencia.

Ejemplos de estos tristes y lamentables hechos, los encontramos en todo tipo de épocas, regímenes y países. Lo común a todos ellos es que tuvieron extraordinarias repercusiones políticas que cambiaron el curso del devenir histórico. Estados Unidos ha sido uno de los países que los ha sufrido con más fuerza: Abraham Lincoln, James A. Garfield, William McKinley o John Fitzgerald Kennedy. En Europa el más conocido, ya que desencadenó la Primera Guerra Mundial con nefastas consecuencias, fue el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero de la corona del Imperio austrohúngaro y de su esposa, la duquesa Sofía Chotek. En España los magnicidios han sido permanentes a lo largo de los siglos XIX y XX: Juan Prim, José Canalejas, Antonio Cánovas, Eduardo Dato y Carrero Blanco. El libro titulado El vicio español del magnicidio, de Francisco Pérez Abellán, desmenuza los entresijos de cada uno de ellos. Los monarcas españoles han tenido más suerte, a pesar de los intentos de llevárselos por delante. Otros reyes, como el zar Nicolás II, no tuvieron tanta fortuna.

Hemos sido testigos del atentado con resultado de muerte del que fue, durante varios mandatos, Primer Ministro del país nipón, Shinzo Abe. Al parecer un tal Tetsuya Yamagami decidió por su cuenta y riesgo acabar con la vida de unos de los políticos más importantes de la vida pública japonesa. Varias son las reflexiones que quisiera hacer. Por un lado, las imágenes previas a la muerte ponen de relieve que no llevaba equipo de seguridad o si lo tenía hicieron rematadamente mal su trabajo. ¿Cómo es posible que no tuviera ninguna protección? Por otro lado, me llamó especialmente la atención la cercanía del político japonés con los ciudadanos. Subido a un pequeño pedestal, micrófono en mano, en mitad de la calle, se dirigía a un público no muy numeroso para transmitir sus propuestas en la ciudad de Nara. ¿Se imaginan a un expresidente del gobierno español que continuase en política después de sus mandatos impartiendo un mitin en medio de un espacio público de una ciudad de provincias intentado ganarse unos votos? Sería noticia.

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