Diario de Castilla y León

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QUEMADOS. Y es que España, está que arde, amigos. Como viejo que soy, viví de niño los cultivos de la tierra, la recolección, las eras, la cosecha. Supe que del campo provenía la comida y la riqueza de un país agrario como el nuestro. Todo ha cambiado. Ahora la riqueza cae de los ordenadores, y el campo parece un gasto superfluo. La España vaciada equivale a la España inútil, innecesaria, y a extinguir. Como en las películas de ficción donde todo está deshumanizado, desnaturalizado y mecanizado, del campo desaparece todo: bancos, consultorios, iglesias, escuelas, bares, gentes.

Cierto. Pero aquí se han quedado las tierras, los árboles, las montañas, las vaguadas, los valles, los animales, y cuatro viejos perdidos. Esta desolación, en teoría, la cuidan ecolojetas urbanitas que nos prohíben ir de excursión al campo. Antes, en el campo se vivía, se respiraba naturaleza. Ahora está prohibido pisarlo. Es un gran museo regido por absurdas teorías buenistas sobre animales, cultivos, caza, y medio ambiente. Roto el equilibrio ecológico, los ecolojetas de salón han convertido el campo en loberas y en zarzales para la yesca.

Y claro, ya no es lo mismo. No puede ser lo mismo unas ovejas pastando por un monte restableciendo el equilibrio natural de pastos, que un congreso de ecolojetas pastoreando en la Menéndez Pelayo de Santander hablando de un campo imaginario, irreal, fantástico e idílico hasta que las plantas y las fieras regurgiten buenismo progresista. Siempre en busca de culpables, el viejo eslogan «cuando el monte se quema algo suyo se quema, señor conde», lo ha sustituido Sánchez por el mantra ecolojeta: «el cambio climático mata».

Creo que, quitando a Franco, a nadie se le echa más la culpa de todos nuestros males como al cambio climático. Extrañamente, me lo planteó mi nieto Marquitos el otro día y me dejó pasmado: oye, Lalo, ¿quién es ese señor tan malo del cambio climático que todo lo quema, y que mata animales y personas? Hay que votar a los del Gobierno, ¿no abuelo? Pero es que yo no voto aún, ¿qué hago para que haya menos incendios si no uso ni cerillas?

Sin saber qué decirle, empecé a estrujarme el cerebro. Pensé echar la culpa a Putin del cambio climático, pero el niño es pequeño pero no tonto. Luego al PP y a Vox, pero me pareció tan burda y canalla la idea que ya ni cuela para los niños de teta. Se me ocurrió que podía apagar el frigo para no gastar luz, pero me pareció peligroso porque se iba a estropear la comida. Así que le dije: mira Marquitos, en la vida hay muchas cosas que sólo tienen nombre y no tienen más que eso, y no hay más que explicar. Ya, me repuso, pero el cambio climático dicen que es malo, ¿pero quién es ése tan malo, abuelo?

Aturullado, le dije que el cambio climático es como el tiempo: a veces llueve, nieva, hace calor o frío, y el que no está prevenido le echa le culpa al tiempo. Antes se hacían procesiones al tiempo, y hasta Franco se quejaba de «la pertinaz sequía», o cuando se llegaba a los 50 grados. Ahora sacan en carroza al cambio climático, y Sánchez -por el esfuerzo que supone- da subvenciones a ecologistas y a sindicatos. ¿Y con esto, Lalo, se arreglan los incendios? Pues en parte sí, hijo. Pero sólo en parte, pues así el culpable no es culpable. Abuelo, no entiendo este rollo tuyo, me voy a la piscina.

Desde luego, y bien pensadas las cosas, sí que hay un culpable del cambio climático. Se llama Satanás y tiene al infierno como lema con las calderas de Pedro Botero siempre a punto. Esto es lo que dicen en mi pueblo: Si el fuego está cerca de la estopa, llega el diablo y sopla. O sea como Sánchez, que no apaga el fuego soplando, sino con el falcon a propulsión a chorro. En un periquete achicharra a la sociedad, funde a la oposición, y se deshace de los suyos en un pispás y en cuanto le estorban.

¿Qué puedo decir frente a un panorama tan desolador? Pues que soy un quemado más, un miembro de la España vaciada, engañada, falsificada, destruida, esquilmada y reducida a cenizas. La repanocha en ristra es que el Gobierno no tiene la culpa de nada. Esto se parece mucho al misterio que nunca pude entender en mi época de creyente cuando leía a Unamuno y me explicaba sus paradojas existenciales. Pues esto de los fuegos y del calentamiento climático es lo mismo. Todo es cuestión de fe, y aquí, mira por dónde, he dado en el clavo: o crees o no crees, y lo demás sobra.

Dar explicaciones de este tipo a uno que está ardiendo en mitad del campo, sólo sirve para que se acuerde de la madre que parió a alguno, y para poco más. Pero por aquí va la cosa: todo es retórica y están inventando un nuevo relato. Ésta no es sólo una época tecnológica, sino la época de su relato. Como ya no creo ni en los cuentos de Calleja, menos voy a creerme los de Sánchez, que usa el falcon de paquetería dandy para inventarse lo del calentamiento. La cosa tiene lo que ponen las gallinas, pues se parece mucho a la hacienda de sobrino que la quema el fuego y se la lleva el río. O sea, que seguimos quemaditos por dentro y por fuera en la parrilla de San Lorenzo.

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