Diario de Castilla y León

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ENTRE el mal gusto y el delito puede situarse una delgada línea, un fino trazo. Incluso un dedo imprudente y un teclado distópico. Otras veces un grueso vocablo, el rencor mal digerido o el hiriente sentimiento de una frustración acumulada, o la desorientación de una incompetencia no asumida. Son tantas cosas. Ninguna muy ejemplar, aunque a veces, solo a veces, la acción es disculpable. Las menos.

El reproche penal impresiona. Y no solo al condenado. De ahí que a veces se juegue, criminal y traviesamente, con la denuncia. O la querella.

Así que esta historia, la de un tuit sobre Mussolini, su muerte, y el deseo sobre un final similar al alcalde de Valladolid, Óscar Puente, ha de ser interpretada en clave política, sin perjuicio del derecho que asiste al destinatario de acudir a los Tribunales.

Cabe, en primer lugar, decir que en ningún caso su redacción y su retuiteo son un error. Es decir, no cabe ampararse en el error para, infantilmente, eludir la responsabilidad de escribir unas palabras, en cuanto a su autor, ni su reenvío (que incluye su aceptación o conformidad), por quien da a la tecla para que rule. El papel de uno y otra, Raquel Sanz, responsable de prensa del Grupo Popular del Ayuntamiento de Valladolid, resulta diverso, así como el desvalor de su acción. Cierto.

Lo más llamativo de este asunto, tan lamentable, es que quien se ha autoinculpado del reenvío del tuit, Raquel Sanz, sabe lo que hieren esos mensajes. Ciertamente, entender el contenido como una amenaza real es un exceso de Puente, que en su victimismo ofrece la fragilidad de su condición política. Más allá de lo inútil del deseo que desvela el tuit está su mal gusto, éste sí constatable.

Sanz, que enviudó con la cornada mortal de un toro en el ruedo de Teruel a su esposo, Víctor Barrio, sabe lo que duele un tuit. Lo que ofende. Y, sí, el error aquí resucita. Que ocasión perdida para no dejarse llevar por el instinto. Qué desastre de ruedo municipal.

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