Diario de Castilla y León

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ANOCHE, pasillo arriba y abajo, «se desató la magia que sujetaba a los habitantes de la ciudad» del Pisuerga, como se cuenta en Las mil y una noches. Y es que España es un derroche de flauta mágica tocada por el fakir de la Moncloa. De su cesto salen bailando galgos y podencos, jueces y delincuentes, procesados y sospechosos, filoetarras y allegados, socialistas fans o incómodos, y la oposición casada y entregadita. Como partes articuladas de Frankenstein, asisten a la danza cestil del fakir y la serpiente. ¡Qué amalgama de sonrientes y bondadosos bailarines!

Pero «entre músicos, danzarines, y cantadoras» –que dice el relato oriental–, hay problemas con las serpientes. En España son tan venenosas que ha costado la vida a miles de españoles. Pero esto al flautista –enfrascado en su melodía progresista– le importa un huevo. Sólo atiende al relato de Las mil y una noches con las mismas historias, enredos y jodiendas. De hecho, tiene los mismos estúpidos mirones, hipnotizados por la danza del fakir con la serpiente.

Aquí también vuelan las alfombras, como acreditan las sentencias del Supremo. Se abren las cuevas de ladrones con las palabras mágicas de «sésamo, ábrete». Aparece el tesoro, y a repartir. Eso sí, suben la luz y la cesta de la compra hasta la usura. Cae alguna propina a los sumisos y a los cantores del fakir. A los de Madrid, como no tragan con los cuentos orientales, no les dan ni para «repartir limosnas a los pobres y a los menesterosos», que dice el relato mágico.

¿Qué más pasa en los cuentos de por aquí? Caperucita, por ejemplo, no puede votar a la derecha porque se la come el lobo y deja de ser roja. La madrastra de Blancanieves tiene que estar muy atenta con el espejito porque, si no es progresista, seguro que la engaña. Como esto lo sabe el fakir Sánchez, pregunta a su espejito: ¿hay en España alguien más listo que yo? Y el espejito, que también cobra del Gobierno, responde: tranqui, ninguno engaña como tú, nadie sabe decir no cuando es sí.

Y con las mismas, toca el Presi la flauta, congrega a las serpientes en el Congreso, y votan los presupuestos cual amadas aliadas. Mientras, los socialistas se desgarran las vestiduras con su dilema moral de servir a Dios y al Diablo. Pero se les pasa enseguida al echar cuentas y ver los beneficios que les reporta la banda del flautista. Todo lo arreglan con un congreso en Valencia: aquí se abrazan todos y pelillos a la mar, que el fin de mes llega muy de deprisa.

La misma cuenta se hacía Alí Babá: «¡Con tal que no me descubran usando su ciencia de la brujería, me doy por contento!». O sea, el mismo cálculo del flautista Sánchez sacando a las serpientes del cesto. Y como éstas no tienen memoria, y los socialistas tampoco, pues que viva la flauta. A quien esté en contra, le ocurrirá como al Supremo: que por obra y gracia del gran fakir sólo es ya casi Supremo. Así que, el casi Supremo, impotente, asiste alucinado al cambio. Hasta mi nieto Marquitos les diría a estos juristas tan despistados que si permiten que en su casa entre un elefante, seguro que acaban aplastados. Normal.

Pero no nos liemos la manta a la cabeza. Hoy toca hablar de serpientes y no de elefantes. Y a propósito de serpientes, centrémonos un poco en Bildu y su jefe Otegi. ¿De veras será una manía mía que yo vea a este señor con cara de serpiente? ¿Le verán igual los socialistas que le tienen mucho aprecio, y pactan con él gobiernos, diputaciones, alcaldías, presupuestos y plantes de futuro? Me temo que no. Por eso Otegi quiere que gobiernen la próxima legislatura. Normal también: Dios los cría y ellos se juntan.

Ya ven. La madre de Aladino veía a su hijo de 15 años «hermoso y bien formado, con dos magníficos ojos negros, y una tez de Jazmín». Pero el hijo de sus entrañas era ya a esa edad una criatura reptante, sibilina, y con lengua bífida. Qué quieren que les diga, pero a mí con flauta o sin ella, las serpientes me dan repelús. No quiero verlas ni en el zoo. No soy tan buenista como los socialistas a sueldo. Será porque estoy jubilado, y sólo me queda un pasillo para repasar mis soledades.

Lo que no impide que piense en el terrible daño que la serpiente de ETA ha causado a miles de españoles. Me asquea. Me da igual que «la serpiente se convierta en un águila» –como en Las mil y una noches–, que sientan o no el daño cometido, que se acoplen o no con su veneno a las instituciones democráticas para envenenarlas, o que pidan perdón. Como antigualla que soy, no pacto con las serpientes, ni acuerdo presupuestos, ni cedo cárceles, ni hago planes de futuro para destruir a mi país.

Razón: una serpiente será siempre una serpiente. No basta con soñar que hay círculos cuadrados, o con la doctrina básica del PESOE: ser el pegamento entre Dios y el diablo con un sueldecito o sueldazo. Todo se reduce a una película de la mafia: a negocio. El fakir, los flautistas, el baile de las serpientes, el plan de recuperación, el casi Supremo, y la casi Audiencia Nacional –ahora sólo la pollería del Pollo–, es lo mismo: negocio entre mafias. Eso parece desde mi pasillo a las seis de la mañana.

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