Harry Potter gana
HARRY Potter gana, y pierde la ciencia. A esto se reduce el diseño curricular ideado por Isabel Celaá para los escolares españoles, siguiendo la pauta que le dio Pedro Sánchez, y que ahora pondrá en práctica la ministra Alegría como acostumbran los malos maestros para sacar adelante alumnos mostrencos.
De momento, se van al garete todos los conocimientos básicos en matemáticas, y quizás también las reglas elementales de sumar, restar, multiplicar y dividir. Para resolver los problemas ya están las tablets, los resultados estadísticos que salen como churros del CIS, el niquelado de las ciencias informáticas a cargo del gurú de turno en la Moncloa, o el cálculo elemental de los materiales de construcción que depende del Manual de resistencia de Sánchez. Efectivamente, las matemáticas sirven para muy poco.
Menos aún el lenguaje, la literatura, la historia, la filosofía, la biología, la física o la química. Todo se simplifica o desaparece según el deseo de Sánchez, que le gusta el lenguaje escaso y con bozal, la literatura izquierdosa y con frenillo, la historia como un botín de okupas y con cabestrillo, la filosofía sin pensamiento y con dogal, la biología con muchas tragaderas y mucho correaje, la física sin ley alguna de gravedad que no sea la suya, y la química pues igual: sólo con las estructuras y propiedades sanchunas. Y es que Sánchez se cree lo que escribía su primo Cornelio Nepote: que el tirano «posee el poder a perpetuidad en una nación que fue libre».
Por eso, como obra de un ignorante campanudo, la enseñanza española bebe de los alambiques de las brujas, «por ser éstas personajes prototípico de la literatura», según la ministra Alegría. Los laboratorios del saber se encuentran, por tanto, en Hogwarts, el castillo mágico y encantado de Harry Potter, donde Sánchez es ya, a perpetuidad, el Presidente del Consejo de Magia.