Diario de Castilla y León

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EN LA política como en la vida, hay de todo. Gestores, incapaces, líderes, rémoras, compañeros, adversarios, presentes, pasados y futuros. Servidores y necesitados de sirvientes. Todos bajo el mismo sol, amparados en unas siglas que les insuflan sustento político y los distinguen -a veces- a los unos de los otros. A los nuestros y a los de enfrente. Abecedarios de la discrepancia entre quienes son más parecidos de lo que ellos mismos se creen. Y en la política, ese gran teatro en el mundo, los papeles siempre los reparten otros, salvo para aquellos pocos que son capaces de salirse del guión y lograr cierto protagonismo individual. Improntas siempre temporales que desaparecen con el paso del tiempo, atacadas desde dentro por quienes no quieren ser herederos sino caudillos de nueva generación. Quién se acuerda ya en el Partido Popular de Fraga; de Felipe González en el Partido Socialista; o, incluso, de Albert Rivera en Ciudadanos. En este negocio de egos hay primadonnas y Sopranos; divas y divinas; inquietos e inquietantes. Todos reunidos, unas veces gobernando y otras haciendo castillos en el aire. En esto de la política la personalidad cuenta mucho aunque la abundancia de esa cualidad no garantiza llegar a ninguna parte. En Castilla y León tenemos políticos con apabullantes modos y maneras que tienen más pasado que futuro y legiones de alcaldes y concejales de pueblo con décadas de servicio y con más redaños y espíritu de sacrificio que ínfulas. En esta tierra por suerte abunda más ese perfil, aunque los titulares hoy muchos días se los demos a los otros. A los de verbo fácil y colmillo afilado. Pero a la larga, también en política, llega más lejos ese tipo de hombre tranquilo que encarnó John Wayne, que nunca perdía las maneras. César Rico, uno de esos hombres tranquilos que han logrado completar su ciclo en política está a punto de dejar su puesto en el Partido Popular burgalés tras veinte años de mandato. Veinte años en un partido, como en la vida, dan para acertar y equivocarse cientos de veces. Pero en política no se juzga las almas por el peso como en el juicio de Osiris y el mejor de los politicos puede perder su capital si tarda demasiado en quitarse de enmedio. Puede ser que en política uno nunca se vaya demasiado pronto. Los expertos lo sabrán. En el caso del presidente saliente del PP de Burgos son 20 años de labor de la que se despide con el agradecimiento de su jefe autonómico, Alfonso Fernández Mañueco. Se va dejando una silla a la que aspira su alter ego, que lleva trazas de seguir por el mismo camino que Rico y Mañueco, una raza de hombres tranquilos que manejan más que hablan.

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