Querida Kitty
TIERRA ADENTRO
EL MÓVIL echa humo. Bendita lata. Resulta que, en uno de esos minutos vivos de estas horas muertas, saltan campanitas digitales y brotan, virtuales en mi pantalla, frases que me hablan, rostros que sonríen y media filmoteca nacional a su albedrío. La mitad en modo risa. Servidor siempre está al otro lado del móvil. En mis oídos escucho una canción de La Oreja de Van Gogh. Leire que me habla cantando. Días tristes, nos cuesta estar muy solos... meses grises, es tiempo de escondernos, tal vez sea la forma de encontrarnos otra vez. Un salvavidas. Y busqué coincidencias en la memoria de todos. Me salió Chuck Noland, un naúfrago barbado en una isla solitaria. El bueno de Tom Hanks, ahora en el papel del virus. Otra vez aislado de la civilización. Paradoja. Encontré la peli y me entretuve con mi Wilson, encarnado y dibujado en un rollo de papel higiénico. Tal cual. Y pensaba en la triste soledad de los topos de posguerra, escondidos hasta que Leguineche y Torbado les abrieron la puerta. Y entonces hice el gesto de levantarme. Imposible. Casi todos los libros de Jesús Torbado no están, los cambié de sitio. Tiro del recuerdo. Aquel último café con Jesús en Pozuelo de Alarcón en el que hablamos de mi tierra, la mal bautizada, de mi camino con su Peregrino y de los Viajeros Intrépidos que leí y releí este verano. De nuevo, la campanilla digital. Es mi sobrina, Almudena Rubio, el virus la cogió en Ámsterdam. A salvo, pero lejos. Me dice que le llegó el turno del coronavirus a los neerlandeses. Nadie por la calle -me cuenta- ayer pasé por el museo de Ana Frank y no había colas como todos los días. Le pido su canción: Libre te quiero. Está en YouTube, me dice con un beso. Clic y la tengo. Pero me dejó pensando en la pobre Ana, la del diario, que entró en la literatura desde un escondite de la Alemania nazi. De nuevo, otro gesto de ir a la biblioteca. Abortado. Está muy lejos y a merced de los ratones. No se puede salir ni a por libros. Y otra vez a la Wikipedia. Empecé a leer el Querida Kitty, como se refería a su diario, aquel cuaderno en tela a cuadros rojo y negro. Y recorrí su vida hasta el trágico final de Bergen-Belsen, a mediados de febrero en el 45. Leí hasta las ocho. Toca aplaudir a nuestros salvadores. Si hay algo que voy hacer cuando me salven las tropas aliadas, es abrazar a mi nieto y a mi madre y, después, reconciliarme con mis libros.