Pita y virus
TIERRA ADENTRO
EN principio no asustaba. Estaba lejos, en la China. Como una gripe, decían. Pero lo malo vuela. El viento siempre reparte la mierda a discreción, decía la señora Pita, cuando las cosas se enredaban y «había para todos». No tenían ventiladores. Pita se ganó las arrugas a pulso, entre parto y entierro. Y azada al hombro. Y lavar con la tabla en el río. Cuando hacía mucho calor decía que «estaba caliente» y con mucho frío se le congelaba «todo», incluso el alma.
Cuando la enterraron me la imaginaba dentro de un bloque de hielo, en la caja. Camino de la eternidad. La llevaban a hombros tres mozos y una moza, la Pita pequeña, una lebrata con nervio. Y es que la Pita perteneció a esa generación sin nada que llevarse a la boca, ni con qué llenar ollas y alacenas siempre a expensas del sol y la lluvia en cada cosecha. Obreros sin tierra, con amos y hambruna. Las plagas de Egipto «que hasta aquí llegan» decía la Pita. Con la que más lloró fue con la de la tuberculosis, se llevó lo que más quería. Y de mala manera.
La Pita pequeña era la risión. Y tú, ¿de quién eres? La moza respondía: «Soy hija de la señora Pita por mediación del señor Crescencio». A otro que había que echarle de comer a parte. Y bien guisao. Como aquel día que Crescencio lo vio venir antes que nadie en diez pueblos a la redonda. Estando en el sembrao se puso la mano en la frente –como el campesino de Victorio Macho– miró al horizonte y mandó silencio. Sentenció: está a 30 leguas, lo más. Antes de almorzar se nos presenta aquí. Y el nublao obedecía. Las campanas de las aldeas tañían con rabia: «Tente nublo, tente tú, que Dios puede más que tú…», pero nunca Dios ganaba.
Los pobres masticaban la tragedia en sus casas. Fuera truenos y rayos sobre un fondo de nubes negras. A la intemperie, desafiantes, la Pita se abrazaba a la cintura del suyo con fuerza y ternura. Él miraba al cielo y blasfemaba iracundo. Ella, hacia la tierra y envolvía lágrimas con avemarías. Metralla de pedrisco. Se jodió la cosecha. El amo no cobraba. Ellos no comían. Hubo un tiempo cargado de pandemias, plagas y tragedias, todas injustas. Siguen las plagas de Egipto. Pero Pita y Crescencio, que Dios tenga en su gloria –la de enrojar, que calienta más, decía la Pita– estarían encantados de obedecer y seguir los consejos para defenderse de este virus que nos ataca.