Inconstantes vitales
LEX ARTIS
COGES el coche y te plantas en el Campo Charro en lo que tardas en leer cuatro o cinco chistes sobre el coronavirus. El humor nos salva del drama de las cosas mortales, y de otras que quizá no lo sean tanto pero que permiten al ciudadano común despertar de la modorra vital. Así se puede comprobar la correlación entre las constantes vitales y las inconstantes. Éstas últimas podrían permitir diferenciar nuestra existencia de la de los orangutanes. El caso es que bajo las encinas, donde la cobertura del móvil padece anorexia, las cosas son muy diferentes. Hay paisajes que lo explican todo.
Aquí se escucha igual el silencio que la blasfemia. He recorrido varios kilómetros de dehesa y no hay noticia de Willy Toledo. Lo sagrado, o como se le quiera llamar, se explica por sí mismo. Y quien no lo entienda o rechace poco puede hacer. Salvo el ridículo. Merece la misma condena que quien voceará que todos deben creer en Dios. Ninguna. Obligarnos a comprar en Zara sería otra cosa. Vamos, que no ofende quien quiere, sino quien puede. Y que lo digno no lo es porque alguien lo reconozca, sino por su propia naturaleza intrínseca. Y que las sentencias deben dictarse más para las cosas terrenales, las del bolsillo y las leyes.
El caso es que ante el desconocimiento del autor (no digo nada que no dijeran ya los místicos) lo sensato es recrearse y retozar en la obra. En su creación. El problema sería un agnosticismo táctil, una ceguera de los olores y los aromas, una cojera emocional. Eso sí que sería una herejía. Todo esto, este laberinto de ideas, porque había quedado bajo una encina con David Castro González. David Luguillano. Torero… matador de toros, que es como se llama su profesión y como mejor se estoquea a los prejuicios de tantos ofendidos por la tauromaquia. Hay quien se pone mascarillas por el coronavirus. Y se equivoca. Y quien lo hace ante el arte del toreo. No hay que ofenderse, quizá en la próxima reencarnación tenga más suerte. Pues eso, que David cumple 30 años de alternativa.