Diario de Castilla y León

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Tradicionalmente se ha dicho que dentro de la clase política hay políticos que juegan al ataque y políticos que juegan a la defensiva. Abusando del manido símil futbolístico sería como la diferencia de estilo entre la Holanda de Cruyff por un lado, y el clásico ‘catenaccio’ italiano por otro.

Y es cierto que puede distinguirse claramente aquellos políticos más «ofensivos» que se caracterizan por intentar afrontar los problemas con iniciativas, medidas y fijando posiciones que son capaces de defender frente a las críticas que generen; y aquellos otros que juegan permanentemente a la defensiva y que se caracterizan fundamentalmente por huir de los problemas, por no mojarse ante ninguna cuestión, por no adoptar posiciones claras ante nada, por alejarse de cuestiones espinosas o conflictivas por miedo a que les salpiquen y por mantener un discurso plano, de manual y absolutamente previsible.

Podríamos decir que la máxima de los políticos de ataque es la de tratar, con mayor o menor éxito, de tomar la iniciativa para solucionar problemas adoptando y ejecutando decisiones con independencia de a quién puedan gustarle más o menos o de a quién puedan molestar. En el otro lado, la máxima fundamental de los políticos defensivos es (con perdón) no cagarla, no meter la pata y no meterse en charcos. Se trata, sin duda, de otra manera muy personalista de entender la política que hay que reconocer que funciona y que, con frecuencia, resulta mucho más fructífera en términos de promoción política.

Hay que recordar que la selección italiana de futbol cosechó sus mayores éxitos con una prioridad clara de no equivocarse, defender bien y no encajar goles por lo que no debe despreciarse esta táctica que da resultados como bien saben aquellos políticos que descuidan su portería y que,por muy bien que jueguen, les acaban pillando en una contra.

El problema es que ser demasiado defensivo en política puede ser rentable a nivel personal pero más tarde o más temprano genera una sensación de desconfianza en la gente que no ayuda en nada al ya bastante generalizado descrédito político. No es que el CIS sea precisamente una referencia muy creíble, pero es muy significativo que en todas sus encuestas (a pesar de las últimas artimañas estadísticas de Tezanos) la situación política y la clase política en general, aparece como una de las mayores preocupaciones de la sociedad. Curiosamente, lo que debería ser una solución  se convierte en uno de los principales problemas para los ciudadanos.

Quizá lo más conveniente sería asumir como inevitable que, en casi todos los ámbitos pero muy especialmente en política, digas lo que digas o hagas lo que hagas siempre va a haber alguien a quien le moleste. Y que esa realidad debería operar como un  factor liberalizador a la hora de afrontar situaciones y problemas tomando aquellas decisiones que honestamente  se consideren más acertadas (lo sean o no) y ser capaz de defenderlas ante cualquiera por auténtica convicción. Puestos a equivocarnos, por lo menos hacerlo por convicción y no por no molestar.

Por otra parte hay que tener en cuenta que en política la tibieza, la indecisión y las medias tintas acaban penalizando en el medio plazo. No es necesario citar nombres pero a todos se nos vienen a la cabeza personas cuyo principal capital político ha sido su valentía y su capacidad de decir siempre lo que piensan con independencia de su ideología. Y ello porque el pueblo soberano tiene un gran olfato para detectar esa valentía y esa honestidad que acaba por reforzar el valor más escaso y más cotizado en política: la credibilidad.

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