Prada A Tope canedo (león)
Prada y Manuel, una revolución llamada Maceración
Un modelo que implantó el genial berciano José Luis Prada mucho antes de que irrumpiese en la sociedad el fenómeno vino como un cúmulo de sensaciones y se iniciase la lectura moderna del vino. El joven Manuel Prada ha crecido al ritmo de las maceraciones carbónicas y siempre pegado a los estados fenológicos del ciclo vegetativo de la vid. Por eso este año durante la reciente Fiesta del Vino Nuevo, del primer tinto de mencía de la añada del 2023, el brindis en el Palacio rubricó una vez más un éxito ganado a pulso y constancia ajustado siempre a los registros sensoriales de los gustos del mercado. El enólogo José Manuel Ferreira volvió a insistir en lo natural, en la práctica tradicional, en el madreado y en ese viejo milagro de fermentar en el interior de cada uva. Prada logra convertir en fiesta cada proceso y logra el clímax tras el envero, que culmina en la vendimia. Lo borda como solo cabe hacerlo gracias su personalidad arrebatadora. Inconmensurable. La celebración del primer tinto da paso a la fiesta, al pregón – este año de la periodista ponferradina Lorena Baeza-, a la música y a la degustación de la célebre maceración carbónica unida a las castañas asadas, santo y seña de la tradición gastronómica del magosto berciano. Es un apunte que se diluye el resto del año en una comanda bien definida que une platos populares y guiño de modernidad. Algo en los que interviene Flor Bonet, además de en la gestión de un proyecto que se sostiene en una sólida pirámide compuesta por los equipos de sala, cocina, campo y obradores de elaboración y envasado de productos agroalimentarios. Todas las piezas en su sitio, cada una es clave de su propio arco y juntas construyen el acueducto agroalimentario, vitivinícola y hostelero más sólido de la región. Todo lo que guarda relación con Prada es un inmenso bosque de aciertos cuyas ramas y raíces se esparcen en el suelo de El Bierzo en un intento claro de sobrevivir, crecer y de mantenerse en el futuro. Un futuro en el que el joven Manuel Prada Bonet tendrá que responder. Por el momento, sigue los pasos con firmeza. Pero hay algo que conviene subrayar en el estado de cosas que rodea a Canedo. Me ciño al sector del vino. Prada y los suyos ya tenían los deberes hechos cuando el consumidor demandaba prácticas ecológicas, sostenibles, respetuosas con la naturaleza y vinos de calidad sujetos a criterios enológicos capaces de respetar la uva. La parcelación de los viñedos de Prada viene de lejos, lo que ha permitido con facilidad entrar en la dinámica de la reglamentación actual de villa y paraje del Consejo Regulador. San Martín, Campelo, Regueiral, Valetín, Eiro Da Avello y El Picantal. Estas son las teselas del mosaico de los vinos de Prada que se traducen en varietales de mencía y godello, en su clarete, en espumosos de chardonnay y godello, en maceraciones carbónicas y en tintos de crianza y de largo envejecimiento coronados con sus limonadas y Biermús, entre otras bebidas y espirituosos. La bodega, la viña, la nave de crianza y todos los procesos que se llevan a cabo, tanto en las parcelas como en fermentación y envejecimiento de los vinos se han convertido, cincuenta años después, en un método que merece la pena conocer en los tiempos que corren. Prada ha conseguido construir en altura sin perder nunca la toma de tierra. Y esto es posiblemente el mejor activo que legará a las nuevas generaciones que seguirán disfrutando a la sombra de ese bosque de la fuerza de la mencía, santo y seña de la viticultura berciana. Los Ossorio y Pimentel levantaron el palacio en 1730. Unos años después, los Prada y los Bonet lo llenaron de luces.