Diario de Castilla y León

CINCO AÑOS DE LA PANDEMIA

La primera línea en la «guerra» del Covid: un millón de contagios y 20.825 muertes después

Los hospitales soportaron seis olas de contagios por el Covid-19 que provocaron colapsos y una prueba de vocación para los sanitarios expuestos cara a cara al virus

Mario Rodil, supervisor de Urgencias en el Río Hortega, con Susana Sánchez, médico de UrgenciasJ.M. LOSTAU

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Valladolid

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Aunque parezca extraño, las puertas giratorias que sitúan la entrada principal al Hospital Universitario Río Hortega hubo un tiempo, hace cinco años, en que no giraban con el mismo frenesí. Nada fallaba en su sistema, con su engranaje impecable, pero entre los cristales intactos se apreciaba un vacío desolador al que, por turnos, se adentraban de uno a uno los sanitarios. En fila, todos se disponía a combatir a un mismo y minúsculo enemigo: el virus ‘SARS-CoV-2’. Tan impronunciable como complejo en su análisis, el patógeno del Covid-19 fue el detonante de un nuevo mundo que solo se podía imaginar desde los libros de historia, con el recuerdo de la gripe española que originó una pandemia global con más de 250.000 muertes en España entre 1918 y 1919. Prácticamente un siglo después, esa misma palabra, la de pandemia, fue pronunciada por la Organización Mundial de la Salud como origen de una crisis sanitaria incierta y devastadora. Como las puertas del Río Hortega, se produjo una interrupción mundial que afectó a la economía, al empleo y al turismo por un cierre de fronteras acompañado de un eterno confinamiento. Así, la actualización de cifras y muertes fueron el reflejo de una realidad oculta desde las paredes de los hogares y que dependía de los esfuerzos de profesionales sanitarios, convertidos en héroes sin capa pero con mascarilla.

Antes de convertirse los hospitales en auténticos campos de batalla, todo lo que rodeaba al Covid-19 era una mezcla de escepticismo y sarcasmo. Y también de opacidad a partir de aquellos primeros casos reportados en China y con diversas hipótesis sobre su origen, desde su propagación en un mercado de animales vivos en Wuhan hasta su escape accidental en un laboratorio.

Si los casos fuera de China empezaron a aumentar, la incertidumbre aún seguía latente incluso entre los propios médicos. «Cuando hay una infección, sí preocupa, pero no sabías muy la bien la repercusión que iba a tener. Al principio se veía como algo lejano», relata Susana Sánchez, jefa de Sección de Urgencias del Río Hortega.

Antes de que la OMS declarase el 30 de enero de 2020 la emergencia sanitaria internacional, ella ya había oído hablar del Covid-19 en una sesión clínica. Una «casualidad» dice sobre que este virus fuese la propuesta de conocimiento en aquella reunión, donde se informó en que consistía la afectación y la sintomatología. Y es que por síntomas - fiebre, tos, dolor de garganta y dificultad para respirar- podía parecer una gripe fuerte, pero pronto quedó claro que el Covid-19 era mucho más grave que la gripe común al presentar una tasa de mortalidad de aproximadamente entre 0,5% y 1%.

Si este nuevo virus ya llevaba meses conviviendo en nuestro mundo, España aún se consideraba al margen de su posible propagación. «A nivel asistencial, los compañeros y yo estábamos día a día con otras patologías. No hablábamos de coronavirus ni nos preocupaba este asunto», afirma Mario Rodil, actualmente supervisor de Urgencias también en el Río Hortega. «Lo veíamos como algo lejano, que no iba a llegar a España aunque nos empezaron a preparar. Pasó algo parecido con el ébola, que nos formaron muy bien pero nunca llegó ningún caso. Entonces, pensábamos que con el coronavirus era igual».

Esa «preocupación» sí que se filtró en el cuerpo de Susana Sánchez, especialmente por el «alcance» que podía tener el Covid-19 mientras en los mapas iba acumulando puntos rojos de propagación por países asiáticos.

Hasta que, en febrero, los brotes saltaron a Italia, lo que hizo saltar las alarmas ante la proximidad entre penínsulas. «Es cuando creo que surge de verdad la preocupación, de decir ‘esto es real, esto va para adelante’», reconoce la médico.

Su intuición no le falló, convirtiéndose el día 27 de ese mes en el ‘Día-D’ en Castilla y León, registrando Segovia y Valladolid su primer caso ese mismo día, ambos relacionados con dos personas que habían regresado de Italia. Lo que no sabía Susana Sánchez es que atendería en el Río Hortega al paciente ‘cero’ en la Comunidad, que se trataba de un ingeniero iraní que llegó a la provincia vallisoletana para concluir un ensayo en la Fundación Cidaut, en el Parque Tecnológico de Boecillo. Si le generó «respeto» e «incertidumbre», este primer contagiado aparentaba una «normalidad» no muy distinta a la de un resfriado. Pero las analíticas no mentían, era Covid-19, lo que supuso un auténtico «cambio de chip» para esta profesional sanitaria. «Fue como una sensación de nerviosismo interno. Pensar que esto es de verdad y tenemos ya aquí, entre nosotros, un caso. Que había que prepararse, ir más deprisa que el virus, organizarse para que no nos pille a nosotros ni a la población, a los pacientes que son a los que nos debemos...», recuerda.

Tras estos dos primeros casos, llegó la retahíla de diagnósticos positivos en las provincias de la región: León estrenó su casillero el 1 de marzo, Salamanca y Burgos al día siguiente, Zamora, el 10, Ávila, el 11, y Palencia y Soria, el 12. Solo dos días más tarde, el 14 de marzo de 2020, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aparecía en todas las televisiones para declarar el primer estado de alarma, una medida que solo se había decretado en una ocasión, con José Luis Rodríguez Zapatero y la crisis de los controladores aéreos en 2010. ¿Qué implicaba la nueva orden? Desde la suspensión de actividades educativas, el cierre de comercios no esenciales y limitación de la circulación tanto en horas y lugares determinados como para trabajadores de sectores ‘esenciales’, como podían ser los responsables de tiendas de alimentación y bienes de primera necesidad, de transporte y logística, medios de comunicación, y fuerzas de seguridad y defensa.

En ese grupo ajeno al confinamiento también se encontrarían los profesionales de sanidad y servicios sociales, entre ellos Susana, que no olvida ese primer día de confinamiento. «Yo no trabajaba, me tocó venir para poder organizar todo y no sé la de horas que me pasé con un EPI (Equipos de Protección Individual) puesto. No tengo recuerdo prácticamente de ese día pero sé que no comí, que no bebí y que hice horas, horas y horas. Fue el día que más trabajo tuve», detalla.

Mario, que sintió con «sorpresa» el anuncio del estado de alarma, tampoco sería una excepción para actuar en primera línea de la batalla. Un frente que ambos tendrían que afrontar desde lo desconocido, por un virus nuevo, sin tratamientos probados y sin conocer su evolución; los sobreesfuerzos, con turnos extendidos de 12 horas a nivel médico divididos en rotaciones de tres para atender a pacientes por encima del ratio habitual, con unas urgencias que se llegaron hasta las 60 personas diarias, según detalla Susana; y la soledad, alejados de sus familias ante el temor a ser su foco de contagio. «Mi hijo en esos momentos tenía ocho y junto a mi mujer, que es también enfermera, decidimos que yo me quedara aislado. Yo nunca tuve miedo de contagiarles, pero fue por precaución. Esos momentos de descanso en casa sí que eran duros», admite el que actuó como enfermero en la pandemia.

Como el resto de hospitales públicos de Castilla y León, rápidamente pusieron en marcha sus planes de contingencia específicos para distintos niveles asistenciales con el objetivo de enfrentar posibles repuntes de la pandemia. «Había que organizarse bien y protegerse, porque si nosotros no nos protegíamos, primeramente podíamos caer nos quedábamos sin personal sanitario y podíamos contagiar. Entonces, se hizo organización y creación de equipo. Yo creo que es la vez que más he tenido sensación de pertenecer a un equipo y de tener una sensación de unión, de todas vamos a una, todo el mundo. Organizar cómo recibes al paciente, cómo te tienes que vestir, cómo te tienes que desvestir, medicaciones, no solamente desde el punto de vista médico, sino también desde el punto de vista humano, que era muy importante...», recuerda Susana.

En el caso concreto del Río Hortega, se instaló una carpa exterior para el triaje de urgencias con el fin de separar a los pacientes con síntomas compatibles con Covid-19 de aquellos con otras patologías. Esa instalación es el primer recuerdo que le llega a Mario al rememorar la pandemia ya que, como enfermero, era uno de los encargados de hacer ese cribado con entrevistas individuales. «Eran unas colas kilométricas», expresa. Entonces, las urgencias se sellaron para crear circuitos diferenciados y evitar la propagación del coronavirus, mientras que otros espacios del hospital, como la sala de endoscopias o el gimnasio de rehabilitación, se utilizaron para atender a pacientes sin infección. «Parecía que estábamos en guerra», apunta al respecto.

Ese plástico herméticamente cerrado era como la separación de los dos mundos que se enfrentaban entre la normalidad y el Covid-19. Detrás de él, como en la última fila del pelotón, los últimos que podían caer en la batalla. Al otro lado, como ‘avanzadilla’, los sanitarios que se enfrentaban cara a cara al virus. Pero ni Susana ni Mario tenían presente ese peligro ataviados con mascarillas, gafas de protección y guantes de látex, tal vez por la «adrenalina» que generaba esa situación, como ambos comparten, sabedores de lo que estaba en juego.

La sensación de «organización» superó la «caótica» primera ola, la del «miedo», la «incertidumbre» y la más mortal de las seis que se decretaron oficialmente. «Recuerdo estar equipado hasta arriba y pasar muchísimo calor. No venía gente con patologías como dolores torácicos, dolores renales, no lumbalgias... Los que venían pasaban directamente a la zona restringida», reseña Mario.

Y atravesadas las puertas de urgencias, las imágenes del terror con cientos de pacientes conectados a respiradores. «Eso sí que impresionaba, porque a veces dabas un paseo por el hospital y estaban todos los quirófanos anulados con esas personas y sus respiradores», admite el enfermero, capaz de expresar con palabras que le cuesta pronunciar a su compañera Susana. Tras varios segundos, lo consigue. «Tristeza» es el término que, con cierta duda, encuentra. «Porque empezabas a pensar en todo lo que ha ocurrido y todo lo que no sabías que iba a venir y el futuro de esas personas, porque son personas con nombres y apellidos».

Entrar en un hospital podía suponer el punto y final a una historia familiar, confinadas hasta el extremo de no poder despedirse entre ellos. Dentro, entre paredes blancas y mascarillas, todos parecían iguales, incapaces los pacientes de reconocer si quien les estaba agarrando las manos eran médicos, amigos o familiares. Para evitar esta confusión, a Susana se le ocurrió la idea de imprimir una foto suya para pegarla delante de su EPI. «Se trataba de acompañar, porque el paciente estaba enfermo y tenía miedo y estaba en nuestras manos confortarle», explica sobre esta medida personal.

Pasaban los días, y mientras el mundo seguía en ‘stand by’, los contagios no paraban de extenderse. De decenas a cientos, de cientos a miles. Y las muertes, aunque a menor ritmo, también sumando cifras por cada hora. La batalla, entonces, parecía que se podía perder.

¿Qué mantenía la esperanza, entonces? Susana responde: la ciencia y sus avances para encontrar una vacuna. Hubo que esperar para que se llegasen esas dosis, comenzando por una desescalada de nuevos diagnósticos que empezó en mayo y que originó el final del confinamiento el día 2 de ese mes, cuando el Gobierno de España permitió salir a la calle para pasear y hacer deporte individual por franjas horarias y edades. No podía faltar la mascarilla como ‘complemento’ obligatorio y que representaba la ‘nueva’ normalidad. Y en menos de dos meses, la segunda noticia positiva: el fin del estado de alarma, decretado el 21 de junio.

Si se recuperó parcialmente la libertad, una segunda ola azotó al país con un repunte de casos que no cesó hasta octubre, lo que obligó al Gobierno a imponer un nuevo estado de alarma. Con menos limitaciones, eso sí, sin existir un confinamiento estricto y con toques de queda según la región, siendo en Castilla y León a las diez de la noche. «Fue lo peor de la pandemia, que existiera una segunda ola. Ya tenías fatiga mental y otra vez tenías que en estado de alerta», considera Mario.

El Covid-19 siguió como invitado no deseado durante la Navidad, pero el gran regalo llegaría tres días después con la primera vacuna administrada en Castilla y León. Áureo, de 88 años, se convirtió así en el reflejo de la esperanza, esa que tanto anhelaba Susana con la ciencia.

Esta noticia positiva llegó en un momento de «cansancio» mental y físico para la médico del Río Hortega, que sumaba incontables horas de labores asistenciales junto a de organización. No bajó la guardia, como Mario, pese a que los ingresos no se frenaban en su hospital. Ante esos momentos, vuelven a incidir en la «organización» y en la «unión» de sus respectivos equipos en todo momento. «Éramos una piña y nos peleábamos por entrar», razona el enfermero, mientras Susana también recuerda que sus jefes les tenían que frenar sus ganas de trabajar para tomarse los adecuados descansos.

Los hospitales siguieron a pleno funcionamiento, algunos de ellos al borde del colapso por los contagios mientras otras enfermedades pasaron a un plano casi invisible, pero entrado el 2021 los sanitarios recibieron sus pautas de vacunación junto a personas mayores y otros trabajadores esenciales. «No sabíamos cómo iba a funcionar, evidentemente, pero dio esperanza a esa incertidumbre que llevábamos arrastrando», expresa Susana, que aún guarda la foto del primer día de vacunación.

Y llegó el momento de llevar la organización a su máxima expresión, con la búsqueda de grandes espacios para convertirlos en ‘vacunódromos’ para albergar la vacunación de forma masiva a toda la población. Si la prioridad fueron las personas de avanzada edad, los últimos de ese pelotón fueron los veinteañeros y adolescentes, que pasaron a protagonizar los contagios hasta declararse la quinta ola, la ‘ola joven’.

«Fue entendible que subieran los contagios, pero nosotros estábamos para ayudar, para cuidar y para tratar», expresa Mario. Y es que de pasar prácticamente 24 horas en los hogares, convertidas las habitaciones en clases particulares y los ordenadores en pizarras virtuales, se volvía a tener la sensación de libertad y que llegó de forma definitiva tras esquivar la sexta ola y la variante Ómicron.

A las terceras y cuartas dosis de refuerzo se les sumó la eliminación del uso de las mascarillas en todo tipo de espacios salvo en hospitales y residencias. Los bares parecían bares, los mercados parecían mercados, los colegios parecían colegios, y así cualquier lugar que antes se definía por los metros de distancia y los geles desinfectantes.

Los ciudadanos habían logrado pasar página de forma fácil y rápida, mientras Castilla y León dejaba un reguero de más de un millón de casos confirmados y 20.825 muertes en cinco años de una tragedia colectiva traumática (datos a 25 de febrero de 2025). Porque ahora el tiempo se define como el ‘pre’ y el ‘post’ Covid-19, un virus del que ya no se hablar pero que sigue aún en la batalla. Y en ese frente, si se volviera a repetir en forma de pandemia, ahí estarán Mario y Susana. ¿Por qué? Lo tienen claro: «Porque es nuestra vocación, nuestro trabajo y no sabemos hacer otra cosa».

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