Diario de Castilla y León

El largo adiós de Garoña hasta 2073: 'tour nuclear' por una central en desmantelamiento

Arranca el desmantelamiento de la central nuclear  que se prolongará al menos 10 años / Un almacén al aire libre con 49 contenedores, que guardarán 2.505 barras de uranio gastado, permanecerá hasta que en 2073 pasen a una instalación geológica subterránea

DESMANTELAMIENTO GAROÑA 15

DESMANTELAMIENTO GAROÑA 15

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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Antes de abandonar el último edificio radiológico de la central nuclear , cada persona que se encuentre allí y quiera salir de la zona «comprometida» debe cumplir varios pasos de seguridad y descontaminación, y entrar en una cabina cilíndrica con el buzo y el resto de elementos de protección. En su interior, alzar los brazos metidos por dos tubos verticales y alinear los pies encima de una marca. Una voz metálica de mujer pronuncia: «5,4,3,2,1». Vuelta. Ahora de espaldas. Mismo recuento. El escáner da su beneplácito: ya se está limpio de cualquier contaminación.  Cinco horas antes empezó el ‘tour nuclear’ por una central en fase de desmontaje. Un cartel envejecido indica lo que la vista ya ha advertido. Al fondo, tras cruzar la sinuosa carretera y dejar atrás enclaves con encanto, como el medieval Frías, conocido popularmente como «la ciudad más pequeña de España», entre las montañas y el Ebro asoma la ingente chimenea de 100 metros de altura blanca de un coloso industrial en retirada en el burgalés Valle de Tobalina: la central Santa María de Garoña.

Esas instalaciones que han estado más de 40 años a pleno rendimiento, desde 1971 hasta 2012 , se encuentran en repliegue. Arranca un recorrido por la central para descubrir los entresijos de su desmantelamiento antes de convertirse en un emplazamiento liberado.  Enresa, la empresa pública encargada de gestionar residuos radiactivos y desmantelar instalaciones nucleares, abre las puertas de Garoña a los medios. El proceso se extenderá al menos diez años y terminará cuando se deje un solar descontaminado y sólo permanezca un almacén al aire libre [el ATI, almacén temporal individual] con medio centenar de contenedores cilíndricos con el uranio gastado. Sin embargo, estos se mantendrán en ese emplazamiento del norte de Burgos hasta que en 2073 pasen definitivamente a una instalación subterránea , técnicamente denominada almacén geológico profundo. España aún no dispone de ninguno. Para llegar a ese escenario hay que cruzar otros. .

Otro de los lugares próximos a la central es una necrópolis donde habitaron sucesivamente pueblos prerromanos, romanos y cristianos. Desde este viejo lugar de enterramientos, la enorme Garoña sólo representa un pequeño punto en el horizonte. Con esta perspectiva y ante la enormidad del tiempo, los capítulos de polémicas políticas y sociales pasadas y los años por delante hasta que desaparezca finalmente el último rescoldo nuclear en la zona apenas parecen un minúsculo instante de energía.

Es jueves y el sol rompe con el gélido ambiente que habitualmente impregna Burgos por estas fechas. Una vez traspasado el primer control de acceso, vendrán muchos más para garantizar la seguridad. Tornos, buzos, verdugos para cubrir las cabezas, cascos, gafas, zapatos para una zona y para otra que se desinfectan con vapor y jabón, guantes, dobles puertas, máquinas que miden la radioactividad personal... 

En la primera ventanilla te tapan las cámaras del móvil con unas pegatinas rojas, tanto en la posterior como la del selfie , te hacen firmar que te comprometes a cumplir una batería de normas y otras cuestiones que ratificas sin prestar demasiada atención y te dan un dosímetro.  

Este dispositivo será clave en varios tramos de la visita. Es un medidor de bolsillo que va siempre contigo durante el recorrido por la central, pero no todo el rato encendido. Cada paso en zona crítica -no así en las demás- está monitorizado con este aparato que detecta la radiación absorbida por cada persona en los entornos radiológicos. «Es mínima, menos que en un TAC», comenta de manera informal el personal, mucho menor que en otros tiempos en los que la central nuclear de generación eléctrica tenía una potencia instalada de 460 megavatios y vertía energía a la red, de la que se desenganchó en 2012 . Ninguno de los dispositivos metálicos de los visitantes de esta jornada informativa suena ni muestra signos preocupantes. Solo aparece un número indescifrable para un lego en la materia. Únicamente debería preocupar si emitiera una señal acústica, aunque para esos casos también hay protocolos de descontaminación.

Por delante, 4 ubicaciones principales: la sala de control que continúa trabajando a menos capacidad; el edificio de la turbina que se transformará en un emplazamiento auxiliar; el de la piscina , clave al albergar el combustible gastado, y el almacén exterior donde se trasladarán esas barras de uranio para su almacenamiento. 

2 fases, 655 millones y 300 empleos

El desmantelamiento, aprobado por el Gobierno el pasado julio, se ejecutará en dos fases. La primera abarca hasta 2026 y la siguiente está prevista concluirla en 2033 , aunque la fecha estará supeditada a la «seguridad» por lo que son estimaciones. «La seguridad es lo primero, sobre todo es importante la protección radiológica», expresa Manuel Ondaro , director del desmantelamiento de Garoña, que subraya que «las centrales nucleares no fueron diseñadas para ser desmanteladas» . Los trabajos de estas dos fases supondrán un coste de alrededor 655 millones y darán empleo en torno a  300 trabajadores.

En la primera fase principalmente se evacuará el combustible de la piscina al almacén temporal donde se colocarán verticalmente los 49 contenedores, y se desmontará el edificio de la turbina, que pasará a ser un espacio auxiliar para almacenar residuos. «La gestión del combustible gastado es uno de los principales retos», comenta Ondaro. La sala de control, "el cerebro"

Unas escaleras de un edificio que allí de manera informal llaman la seta por su distribución desembocan en la sala de control. «Es el cerebro». Aunque no trabaja como antes, sigue activo. Sobre el marco de la puerta, un sistema tan sencillo como infalible: un piloto rojo y otro verde. Ya en el interior, varios paneles con botones de apariencia tradicional, palancas, pilotos, indicadores de presión y enormes chapas verdes para cubrir las zonas no operativas. Cuatro trabajadores, la mitad que cuando estaba en marcha, vigilan precisamente elementos fundamentales de la fase 1: «Están en funcionamiento casi el 20% de los sistemas que funcionaron en su día. Desde aquí se miden las condiciones de la piscina en la que está el combustible, como la temperatura, y se monitoriza la presión del primer contenedor que está cargado con combustible gastado en el almacén temporal individual. También se vigilan otros sistemas, como la ventilación, la temperatura, todo el sistema contra incendios...», indica Montserrat Pérez, jefa del servicio de comunicación de Enresa para la instalación. El reactor y la piscina con uranio

De ahí al edificio del reactor, pero antes hay que dotarse de la protección adecuada con un equipo de protección individual (EPI): dosímetro activado, un buzo cubre el cuerpo, un casco y un verdugo tapan la cabeza, también unas gafas, unos guantes y unos zapatos específicos para «zona controlada». Se atraviesan marañas de tuberías de color verde, botones y teléfonos que parecen el atrezo de una película de ciencia ficción del siglo pasado y carteles añejos que avisan a cada paso del riesgo radiológico y de la importancia de seguir al pie de la letra los protocolos de seguridad.

Una doble esclusa flanquea la entrada al corazón de la instalación . Se abre como si de un castillo se tratara, levantando y bajando una pesada barra. También la «depresión» del interior, a menor nivel de presión que el exterior, sirve para evitar fugas peligrosas. 

Ante los ojos aparece uno de los rincones más impactantes. La piscina de refrigeración, con casi 12 metros cubiertos de profundidad, enfría el material radioactivo y evita la emisión de radiaciones. Saltan destellos del interior donde se observan las enormes barras de combustible alineadas , de unos cuatro metros de altura cada una. «Esta es una zona crítica que no se va a desmantelar ahora, sino en la fase 2», apunta Óscar González , director técnico del proyecto de desmantelamiento de Garoña, que da alguna idea de la magnitud ante la que estamos: «Había 2.505 elementos de uranio y ahora quedan 2.453 tras haberse cargado 52 en un contenedor ». 

La piscina, dada su delicada y fundamental función, está videovigilada las 24 horas por Euratom (Comunidad Europea de la Energía Atómica). El edificio de la turbina

Cerca se encuentra el espacio de la  turbina , ese que se desmontará y remodelará como lugar de apoyo. Una estructura alargada y verde con el rótulo de 'General Electric' está en este recinto que cuando funcionaba resultaba fundamental para la generación de energía. Un almacén hasta 2073

Ya sólo queda visitar a través de la verja el mencionado ATI, ese almacén temporal al aire libre que será el último rescoldo de Garoña  y no llega a una hectárea, pero casi. Cuenta con dos losas de hormigón sísmico para  evitar desastres ante un terremoto. Sobre ellas, de uno de los contenedores, de ese que está ya cargado, salen cables porque está monitorizado. Otros cuatro, que  comenzarán a cargarse después de la segunda quincena de enero, se encuentran vacíos.

En la segunda fase, de 2027 a 2033, los grandes componentes de la central se desmontarán. «Incluida la segmentación de la vasija del reactor y de sus componentes internos. Una vez descontaminados y desclasificados, se llevará a cabo la demolición convencional de los edificios», indican desde Enresa. Todo concluirá con «la vigilancia radiológica de los terrenos, la clausura de la instalación y la devolución del emplazamiento a la empresa propietaria». Y es que Nuclenor, su propietaria, ha traspasado su titularidad a Enresa hasta que termine el desmantelamiento y será entonces cuando ésta se le devolverá en lo que es un procedimiento habitual en estos casos.

Cuando eso suceda, habrá «un solar descontaminado», y durante otros 40 años, quienes se acerquen a la zona únicamente verán como recuerdo de la central una fila de 49 contenedores cilíndricos monitorizados con los restos nucleares de la instalación. Serán sometidos a «un proyecto de envejecimiento» hasta que los trasladen a ese almacén subterráneo, indeterminado por el momento, y será entonces cuando la central de Santa María de Garoña forme para del pasado del Valle de Tobalina. 

Mientras, a la salida de los edificios, un puñado de pavos reales que desentonan con la rígida instalación se pasean agitando sus azules y verdes colas. Antaño eran una especie de demostración de que allí no había nada que perjudicara la naturaleza y daban una entrañable nota de color entre tanto hierro, cemento y tendido eléctrico. Parecen intuir que algo pasa. El momento en que se quedarán sin su extraño hábitat está al llegar. ¿Cuándo les tocará? El ‘tour nuclear’ ha terminado, el desmantelamiento aún no.

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