Diario de Castilla y León

Lorea Boneke, la burgalesa a punto de morir atragantada en un bar: “He vuelto a nacer”

Lorea Boneke sufrió un angustioso atragantamiento el 22 de septiembre en Casa Pancho. Dejó de respirar y vio pasar imágenes de su vida «súper rápido». Por suerte, había un «ángel de la guarda» cerca. Se llama Antonio y hace poco se reencontraron  

Lorea sonríe porque sabe que «todos los días son un nuevo despertar».ÓSCAR CORCUERA

Lorea sonríe porque sabe que «todos los días son un nuevo despertar».ÓSCAR CORCUERA

Publicado por
Diego Santamaría

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De repente no podía respirar. Notó que se le caía una lágrima mientras su amiga  Sonia  pedía ayuda con una mueca evidente de «desesperación». Se supo  al borde de la muerte  cuando vio pasar imágenes de su vida «súper rápido». En la última, la más importante, aparecía su hijo. Una agonía demasiado larga aunque apenas transcurriesen unos minutos. A  Lorea Boneke  ese tiempo se le hizo eterno. Por suerte, su «ángel de la guarda» hizo acto de aparición. Se llama  Antonio  y es camarero de  Casa Pancho . Sin pensárselo dos veces, salvó a esta joven burgalesa de un  atragantamiento inesperado .

«He vuelto a nacer» , reconoce Lorea, aún emocionada, al recordar aquella noche del 22 de septiembre. Recién llegada a  Burgos  después de una larga etapa laboral en el extranjero, había quedado con Sonia para ponerse al día. Llegaron al Pancho, una de sus paradas fijas a la hora de tapear, cerca de la hora del cierre. Pidieron  un tigre y una copa de vino . Entre risas, anécdotas y las «bromas de siempre», la consumición «se atascó» y notó una sensación tan sumamente extraña que «sólo la gente que haya pasado por esto puede entender». De no haber sido por la  maniobra de Heimlich  que Antonio puso en práctica, esta historia hubiese acabado en tragedia.

«Lorea, pensé que la palmabas» , dijo su amiga, en shock al igual que el resto de camareros y otras tres chicas que se encontraban en el local. Una vez fuera, algo más calmadas pero con el susto todavía en el cuerpo, decidieron tomar un par de copas para celebrar este renacimiento. «Fue curioso porque esa misma noche nos encontramos a gente del colegio y pensamos que si esto no hubiese pasado no les hubiéramos visto». Casualidad o no, había motivos de sobra para brindar después del mal trago.

Desde aquel 22 de septiembre que siempre será su segundo cumpleaños, Lorea se despierta con el mismo pensamiento: «estoy viva». Ha comprobado con creces que  «después de una experiencia traumática te vuelves muy emocional» . Y vaya si es verdad. A partir del dichoso atragantamiento, empezó a repartir abrazos a diestro y siniestro. En persona a todas aquellas personas que podían quedar para charlar y por teléfono a quienes viven a cientos o miles de kilómetros. «Quería decirles lo contenta que estoy de tenerles en mi vida», explica a sabiendas de que a raíz de una situación como esta «te das cuenta de que muchas veces olvidas decir a la gente que la quieres».

Tras varias semanas dedicada en cuerpo y alma a  «desprender amor por todas partes» , Lorea se reencontró el miércoles con Antonio. No lo hizo antes porque estaba fuera, aunque su padre se pasó por Casa Pancho a los dos días para dar las gracias. Fue él, precisamente, quien le reveló el nombre de ese camarero anónimo que le salvó la vida. Ella ni se acordaba, bastante tuvo en su momento con asimilar una experiencia cercana a la muerte.

Quedó con Sonia y volvieron al establecimiento con una botella de  Ribera del Duero  para Antonio. Preguntó a Begoña, la encargada, porque no se acordaba muy bien de su aspecto físico. Cosas del trauma, algo totalmente comprensible. Su amiga le reconoció al instante y se abrazaron. El camarero se emocionó, como es lógico, y «decía que no era para tanto, que hizo lo que tenía que hacer». Sin embargo, Lorea no deja de insistir, con razón, en que «estoy aquí gracias a él». Y gracias a él, subraya,  «todos los días son un nuevo despertar» . Lo cuenta con el corazón a mil mientras hace acopio de fuerzas para contener las lágrimas. No es para menos.

Otra cosa que esta joven burgalesa tampoco pasa por alto es la necesidad de adquirir los conocimientos necesarios para afrontar este tipo de situaciones. Por eso tiene previsto hacer uno o varios cursos de  primeros auxilios , por si algún día le toca ponerse en la piel de Antonio. Quiere aprender la maniobra de Heimlich y lo que haga falta porque nunca se sabe.  «Puede pasar en cualquier momento que no te imaginas: en una celebración, en el trabajo o simplemente tomando algo con tu amiga en un bar» . Y es obvio, da fe de ello, que «el hecho de que haya una persona cerca que sepa hacerlo es maravilloso».

De nuevo en Burgos, en casa tras vivir en  InglaterraFranciaEstados Unidos  o  Japón ; Lorea espera retomar su vida laboral como experta en  Derechos Humanos  y protección de menores para ayudar a quien más lo necesita. Esa fue siempre su vocación y la mantiene intacta. Mejor dicho, más a flor de piel que nunca después de renacer.

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