Diario de Castilla y León

Voces que alivian la huella psicológica que deja el coronavirus

El teléfono de atención psicológica de Sacyl a familiares y enfermos de Covid atiende 69 llamadas en un mes.  Quintana, uno de los dos psicólogos del servicio,  vislumbra un «repunte» de los problemas de salud mental de la población en general cuando pase la pandemia

José Luis Quintana atiende desde el Clínico de Valladolid el teléfono de apoyo psicológico de Sacyl. EM

José Luis Quintana atiende desde el Clínico de Valladolid el teléfono de apoyo psicológico de Sacyl. EM

Publicado por
Mar Peláez

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El coronavirus ha asestado una ‘estocada’ a nuestra salud mental. Culpa, ira, impotencia, dolor, tristeza, angustia, estrés, ansiedad, preocupación, frustración... soledad, insomnio, decaimiento, miedo, trauma. Resulta inabarcable el abanico de sensaciones y sentimientos provocado en la población en general por esta pandemia sanitaria y su contagio a la economía. Van del blanco al negro, de la A a la Z.

«La situación nos ha desbordado a todos como población». Aunque la gran mayoría de las personas «se están adaptando bastante bien a las circunstancias, utilizando sus propias fortalezas», es de esperar «un repunte, a todos los niveles, de los problemas de salud mental entre los ciudadanos» , augura el psicólogo José Luis Quintana, quien desde mediados de abril, junto a su compañera Celia Hortelano, atiende el teléfono 900405030 de ayuda psicológica dispuesto por Sacyl.

 El problema «es complejo», sostiene, sobre todo para los grandes damnificados: los propios enfermos del coronavirus y aquellas familias a quienes el virus ha dejado la ‘muesca’ de un adiós sin despedida, sin rituales, sin poder abrazarse en el dolor.

No es de extrañar que, como aventura Quintana, cuando la «supervivencia física ya no esté en peligro», el 10% o el 15% de los traumas de hoy, «quizás menos», requiera atención de un psicólogo o de un psiquiatra.

Consciente de esta realidad, el teléfono estaba pensado en un principio para atender sólo a afectados por el coronavirus y a sus familiares, si bien al otro lado de la línea han escuchado también voces de sanitarios angustiados y de ciudadanos en general que buscaban un interlocutor al que expresar sus miedos e incertidumbres. De lo contrario, hubieran «quedado en tierra de nadie», apunta.

Quintana y Hortelano han atendido hasta el momento 69 llamadas de todas las provincias de Castilla y León –un tercio procedente de Valladolid– desde que a mediados de abril se conectara este servicio telefónico, a modo de «recurso de emergencia» ante la imposibilidad de las consultas presenciales. Según los datos facilitados por la Consejería de Sanidad, de ellas, quince fueron realizadas por pacientes, 20 por familiares, 31 por ciudadanos no afectados directamente, a los que sumar tres sanitarios.

Un 40% de las llamadas, una vez atendidas, fueron derivadas a los equipos Covid de los centros de salud para que recibieran un seguimiento más prolongado, por ser elevado «el grado de afectación psicológica de la persona».

Como «no todos los duelos requieren atención especializada », solo aquellos cuyos sentimientos negativos «interfieren en su vida de forma constante y continuada en el tiempo», el 60% restante aprendió de voz de los dos psicólogos técnicas o estrategias, «a modo de parche o de muleta», para tratar de aliviar su dolor, su ansiedad, su miedo...

«No hay recetas únicas, pero trabajamos con la piedra angular de que lo relevante es cómo gestionar la emoción y, para ello, lo abordamos como lo haríamos si fuera un trauma provocado al recibir un golpe que nos genera un cambio vital».

 A cada llamada, tanto Quintana como Hortelano, en horario de mañana y de tarde, dedican un promedio de 20 o 30 minutos –«a veces una hora»–. Pueden hacerlo porque, como afirma, las llamadas de ‘auxilio’ psicológico a ese teléfono «no han sido excesivas».

Es consciente de que con la «telepsicología se pierde información que proviene del lenguaje no verbal y corporal, pero sí le ha permitido constatar un hecho que le ha «chocado». «Recibimos llamadas de pacientes que han superado la enfermedad y que, lejos de sentirse contentos por ello, experimentan un trastorno por estrés postraumático, en forma de pesadillas», refiere Quintana, quien añade que «el miedo a revivir la misma situación provoca episodios de angustia que se prolongan en el tiempo en los que sienten la misma sensación de disnea o dificultad respiratoria que padecieron».

También los hoy, prosigue, que tras recibir el alta médica se niegan a salir a la calle, «incluso jóvenes». «Viven con una constante sensación de amenaza que les bloquea e impide recuperar cierta normalidad», explica el psicólogo, quien en estas circunstancias plantea un ejercicio de «visualizaciones» . «La persona nos cuenta cómo es su zona y planteamos sobre un escenario real cuáles son los desafíos a los que se enfrentará al salir a la calle; primero en compañía de un familiar, para más adelante ir retirando esa ayuda».

Quienes también se han puesto en contacto con los dos psicólogos que contestan las llamadas son enfermos que permanecían aislados en sus domicilios. En estos casos, La sensación que les provoca estar entre las cuatro paredes de su habitación es común: una «soledad» total y «desasosiego» por la incertidumbre sobre cómo va a evolucionar su enfermedad. «No logran concentrarse en nada más allá de lo que son sus síntomas» , señala, mientras apunta que a eso se une un sentimiento de «culpa» cuando los infectados son sanitarios por lamentar «haber llevado el virus a casa».

 Esa soledad, desasosiego... se multiplica y se mezcla con dolor, tristeza, impotencia, rabia, ira... cuando la persona tiene que afrontar el trauma de perder a un familiar muy allegado. Si esta circunstancia resulta dolorosa per se, más si cabe, ahora, cuando esta pandemia ha impuesto «despedidas en la distancia» . «Esa sensación de doble burbuja –nosotros confinados en una y él/ella en el hospital– motiva que la fase de aceptación de la muerte se complique», apostilla Quintana, mientras añade que «a renglón seguido surge la culpa», sobre todo en aquellos casos de fallecimientos ocurridos en una residencia de personas mayores. «¿Por qué no lo vi venir y lo saqué de allí?, se cuestionan».

En estas circunstancias, ¿cómo se ayuda a superar el duelo? Quintana responde que, para ello, tratan de «tirar de la cuerda hacia el pasado y convencerles de que el acto de despedida no es más que un momento puntual, un momento fugaz, que lo importante es el recorrido que hayan hecho durante su vida», del mismo modo que tratan de hacerles ver que «desde el ámbito familiar no se pudo hacer más».

Como herramientas para aliviar el dolor, el psicólogo recomienda confeccionar una caja de recuerdos en la que se refugien «de forma «ocasional». También funciona, según dice, escribir una carta de despedida, pero «no a modo de adiós absoluto», sino una forma de «poner en orden todas las ideas y las emociones, e incluso expresar qué le hubiera dicho a su familiar antes de fallecer». Y, junto a esto, «ventilar las emociones; llorar», y no dejarse influir por las buenas intenciones de sus allegados cuando le piden que reprima las lágrimas. Todo ello les servirá, a juicio del experto, para poner «la primera piedra» necesaria para superar todas las fases que conlleva un duelo.

Y ¿qué ocurre cuando es el sanitario el que se quiebra? Al estrés por la sobrecarga de trabajo prolongado en el tiempo, se les ha sumado la «impotencia y la frustración por no poder hacer más por los pacientes», subraya Quintana, quien augura que cuando la fase de estrés concluya «comenzarán a surgir cuadros, episodios». 

A todos sus compañeros sanitarios les aconseja que durante el trayecto del hospital a casa «limpien su mente» y traten de «evocar los aciertos» que han tenido durante el servicio, y no sólo «rumien» las cosas que no han salido tan bien.

Este ejercicio de «depuración», al menos, se lo aplica él mismo durante el recorrido en coche desde el hospital hasta su casa donde le espera una familia en la que se refugia y que le ayuda a sobrellevary digerir toda la información y todas esas historias ajenas que ha dejado, y sigue dejando, este trauma colectivo llamado coronavitus.

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