Diario de Castilla y León

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Me rila el apagón. Nos está costando que venga la luz del todo. Prefiero prender la de fuera. Estoy por quitar el contador y volver al candil. Y a la palmatoria. Nuestros gestores no salen de uno y ya se han metido en otro charco. Y encima chapotean para que todo cristo se entere y se altere. Allá ellos. Se les pasará la factura. Prefiero salir y mirar a vista de pájaro. Ver desde lo alto era solo patrimonio de unos pocos montañeros cainejos y cainejas. La de guerras que se habrían perdido si no llega a ser por los aviadores que sobrevolaban fotografiando futuros puntos a bombardear. Siempre lo vimos en el cine. Y en los documentales. Ahora, casi a diario, permanentemente en los informativos, a los que los españolitos de los años 60 seguimos llamando telediarios. Eran y son del Estado, del gestor de turno. Y es que desde arriba todo es sublime belleza. Aunque abajo se pase hambre y frío, la panorámica es impoluta, un ingenuo e infantil lienzo naíf. Arcoíris de bondad. Estas arquivoltas de bonitos colores, sobre fondo azul, tan efímeras, tan volátiles, son puro fenómeno óptico. Aparecen cuando se va la lluvia y sale el sol. Como los caracoles. Podría ser una metáfora del momento en que vivimos en este desierto cargado de espejismos. Salgamos a respirar. Casi todas las ingenierías de intemperie se han valido de estas fotos que son radiografías aladas. Los agrarios, geógrafos, etnógrafos, naturalistas, los de canales caminos y puertos y los que tiran líneas dobles para el AVE y para el tren, que son dos cosas diferentes que coinciden solo cuando se detienen a medianoche y sin luz. Muchas veces me pregunto si los padres de la arqueología hubiesen contado con fotos áreas precisas y en aquello años… la de ciudades, mansiones (que son estaciones a pie de calzada romana,) baluartes con sus triángulos de revellines, ajuares y dólmenes habríamos salvado del asfalto y la piqueta. Conocí de cerca algunos pilotos de aquellos que se la jugaban fotografiando y fumigando cultivos casi a ras de suelo y aterrizando en caminos. Inolvidables kamikazes y aventureros. Ahora, cualquier chiguito sube a 300 metros para ver desde su dron infantil lo que a la ciencia y a la humanidad les costó siglos y a algunos, como a Diego, el ícaro burgalés, casi la vida cuando se rompió las costillas. Y por no teclear el Google Maps, que casi te llama a la puerta y se mete el corral de casa. Estamos siendo espiados. Y lo sabemos. Habrá que ir buscando sitio en Marte. Mejor pedir asilo y plaza de eremita en el desierto de San José, que está en las Batuecas, bajo la Peña de Francia, que está en Salamanca. Apaga y vámonos. ¡Apaga, apaga! ¿Cuál? ¿La renovable, la de la casa de la luz, la voltaica o la nuclear? La que quieras, pero apaga de una puta vez. Y vámonos.

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