EN POCAS PALABRAS
La décima provincia
La décima provincia de Castilla y León, que es Cuba, y que reivindicó Juan Vicente Herrera con acierto político, hoy sábado esa comunidad está desaparecida. Tras la celebración del uno de mayo –fecha en el que el viejo tirano Fidel celebraba su manifestación castrense de desproporciones apoteósicas para demostrar al mundo que el crimen ensucia por igual a los que compartían sus mentiras o engrasaban sus manifestaciones a punta de bocadillo y metralleta–, la represión se ha recrudecido, y los cubanos que aquí residen en sus destierros dorados, están más callados que nunca.
¿Ni en democracia se atreven a levantar la voz? Aquí, por ahora, nadie se lo impide hacerlo. Pero no se extrañen. En un drama que dura más de medio siglo, el silencio implica o un entendimiento marciano o un rechazo martiano y radical. El castrismo sigue intacto en su gobernanza criminal: ha tomado el relevo un rottweiler, llamado Canel, en su represión más genuina e infame. Y por otra parte, a Cuba ya no llegan «mozos gallegos», como se decía antaño. Así que la décima provincia es hoy una expresión desalojada, una saga de infertilidad que se cae a trozos.
Los cubanos que viven el exilio interior son los auténticos héroes del silencio que sobreviven a las cárceles, a los apagones, al hambre, a la injusticia, y la indolencia corrosiva de la historia, como señala Martí en La edad de oro: «Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto». Es lo que digo yo también hoy, pues no hay más cera que la arde.