Diario de Castilla y León

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El mal se propaga como la pólvora. Por eso decían los clásicos que no es conveniente removerlo si está muy arraigado. Esto sería antes. Ahora, cuando el mal salta a la prensa o a internet, el morbo es más degradante que la noticia. Ejemplo, el de esos tres jóvenes de Badajoz, a los que llaman niños, pero que en realidad son adolescentes con espolones, delincuentes habituales con un guión bien aprendido, y que, presuntamente –el colmo de la guasa–, han asesinado a Belén Cortés, su cuidadora social.

Solían escaparse del chalet con piscina comunitaria, porque no podían con la presión ambiental ni con la disciplina asfixiante de sus reeducadores. Pero, ay, querían meterse unas rayitas, divertirse sin tutelajes, robar, y volver a casa para reparar las pústulas del guerrero. Así que los niños decidieron asesinar, destapando una realidad que ocultan los políticos, pero que no sólo afecta a Badajoz o Trujillo, sino a toda la geografía hispana. En Castilla y León, los trabajadores del centro tutelado Zambrana de Valladolid han conectado las alarmas: «Tenemos miedo», hay agresiones, falta de educadores, y lo más dramático: «Que vayas al trabajo a jugarte la vida».

Lamentando el hecho, el padre de uno de los niños asesinos acusa a «la Administración» de lo ocurrido e implícitamente a la sociedad, y pide impunidad: «no se puede juzgar a un niño de 15 años como si tuviera 40». ¿De quién es hijo el niño de sus entrañas? ¿Acaso no come, agrede, roba, y mata como un adulto? El Derecho Romano lo tenía claro y era tajante: «Con la malicia no hay que condescender» (Digesto, 6 1, 38). En la ley sanchista, un castillo de 15 años mata por gracia y es inimputable, mientras Belén Cortés no más que una víctima propiciatoria.

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