Diario de Castilla y León

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SEVILLA tiene un color especial suenen o no Los del Río. Esta canción te machaca los oídos entre palmas y sonrisas, pero te transporta a su Guadalquivir. Y estos días no ha hecho falta pisar Híspalis para sentir sus colores. En Valladolid hemos disfrutado, casi en paralelo, del color especial de la escultura policromada sevillana. Los astros, en una curiosa coincidencia y culta casualidad, se han unido. Un acuerdo fortuito entre ministro y obispo. Algo que, en materia de arte en esta tierra, es inevitable. Obligado. En la agenda cultural de Pucela, Las Edades del Hombre y el Nacional de Escultura. Sevilla y su paleta de color se cuelan en la Catedral y en el Palacio de Villena. Me refiero a dos referencias ineludibles de la escuela sevillana muy bien traídas y proyectadas en ese formato que nos permite admirar las obras de tú a tú. Nos han deleitado con una colección de tallas en escultura policromada, devolviendo a Valladolid su policromía. Me refiero a Martínez Montañés, de la escuela sevillana, a dúo con nuestro Gregorio Fernández, el de Sarria, y cerrando el trío, mi adorada Luisa Roldán, primera mujer escultora registrada en España y de la escuela sevillana. Dos exposiciones que llegan al común, a la gente normal y, al mismo tiempo, atraen a visitantes de sensibilidad y criterio intelectual. Turismo de alto nivel. Estos días, la madera se hizo clase de anatomía y gestos y el barro, lienzo de color con los rasgos de Luisa. Y es que las obras, las tallas de vírgenes, cristos, santos y piezas expuestas de estos tres escultores, artistas, aunque me gusta más lo de imagineros, se crearon para que todo el mundo las comprendiese en el siglo XVII y ahora. Cosas del Barroco, tendencia que no entra en ese controvertido mundo vanguardista del barullo artístico del que, por no saber interpretar, acabas por alejarte. Me reitero en la felicitación por ese triunvirato tan bien elegido de Juan, Gregorio y Luisa. Y es que uno tiene su devoción bien cimentada por cuestiones personales ya que, en el pasado, encarné a Manuel del Rincón, hijo del maestro Francisco del Rincón y, en el taller, entre virutas y golpes de gubia, compartí con un escultor que acababa de llegar de Galicia. Ahí está en nuestra filmoteca regional, la peli de José David Redondo, “Y la madera se hizo carne dolorida”. Desde entonces, soy seguidor a muerte de Gregorio Fernández y su escuela. Y la única virgen que se me apareció en el Camino fue precisamente La Peregrina, en Sahagún. Allí, en mis primeros pasos jacobeos, escuché su nombre y quedé rendido ante la talla y la belleza de esta escultura que las benedictinas me dijeron que era obra de “la Roldana”, que se llamaba Luisa y era sevillana. Treinta años después, peregrina a mi lado.

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