Diario de Castilla y León

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Una exposición en Burgos recuerda los 50 años de la masacre etarra de la cafetería Rolando de Madrid y, de paso, el heroico comportamiento de un burgalés presente en aquella tragedia. Natural de Palacios de la Sierra, Pedro Chicote llevaba diez días en Madrid, su primer destino como Policía Armada, y lo que le salió del alma fue crucial para sacar con vida de los escombros a 15 personas. Serrano pinariego, con el cuajo y los cataplines de meterse para dentro cuando todos escapaban espantados. Un héroe que salvó vidas, que sacó muertos y que se hizo una herida en un dedo y que eso fue lo único que contó a su familia; que se había hecho un rasguño. Resina por las venas, madera de Pinares.

El salvajismo etarra, la irracional locura abertzale ha hecho mucho daño a Burgos y, pese a lo mucho que perjudica su persistente y desquiciada política identitaria existe un sentimiento de familiaridad muy íntimo con el pueblo vasco, con la gente. Con esas personas que usan el condicional y el leísmo como cualquier paisano de Gamonal. Con los buenos vecinos que nos acogieron con los brazos abiertos, como primos nada lejanos, a los burgaleses que mucho o poco hemos vivido entre ellos y como en casa. Con los veraneantes que llenan los pueblos del norte burgalés cada año y los fines de semana, con los montañeros que se conocen al dedillo todas nuestras cumbres, con los turistas que llenan nuestros bares y restaurantes cada puente. Las décadas de horrores terroristas nunca pudieron borrar la hermandad histórica entre los mundos a ambos lados del desfiladero de Pancorbo. Buena vecindad entre las gentes normales y corrientes de buena voluntad que se levantan por la mañana para hacer el bien por ellos mismos, sus familias y sus barrios, sin más bandera que la del Athletic, la Real, el Alavés o el Burgos CF. Vecinos de ambos lados de la muga con los que merece la pena compartir unas chuletas asadas a la leña en el pueblo y un trago de vino de la bota. Los otros, los descerebrados, los radicales, la gente que sólo odia y separa, los que son tan desgraciados que se alegran de que se mate por la espalda y luego son capaces de escupir a las víctimas; esos miserables son gentuza sin tierra ni bandera. Apátridas que hacen el mal porque su mal corazón y nula cabeza no les dejan más que gobernarse por las tripas. No son los únicos. Nos llega la plaga de la intransigencia alimentada por religiones y credos totalitarios, por dogmatismos ateos, interesados y sectarios. Pero aún habrá héroes, de Pinares o de donde sea que en el momento adecuado harán lo correcto. Y la historia será suya. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

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