Diario de Castilla y León

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SONREÍA COMPLACIDA ante la expectación que despertó su cumpleaños entre los suyos. Y es que a madre sonreír en silencio se le dio muy bien. Desde siempre. Ahí estaba, en su silla de ruedas, con su manta calentita. Una placa de recuerdo dice ya para siempre en la estantería del salón de la casa del pueblo “Homenaje a Esther Andrés Aguilar en su centenario”. Cómo luce en casa ese adorno sentimental desde el domingo, justo al lado del ventanal que da a Serosas y desde donde se intuye al Anguijón a cuestas con su poca agua. La placa viene a ser, para madre, una anécdota entrañable. Para todos, algo así como una medalla olímpica por vivir tanto y seguir en el padrón. Para nosotros, los de sangre, el decir de antaño, es un premio por haber vivido tanto y con tanta dignidad. Y seguir viviendo. A Dios gracias. La placa, o sea, ese certificado de vida, se lo entregó, entre aplausos de los vecinos y familiares, Alfredo, el alcalde de su pueblo, Montealegre de Campos. Y es que madre, nacida en Pedraza de Campos allá por el 24, llegaba a la meta del siglo no muy lejos de su casa natal, que se encuentra a tan solo unas leguas. También en suelo terracampino, donde siempre escuché a los míos que era tierra de barro, de adobe, de casa con tapial y calor y que, al final de tu vida, con esa misma manta de barro te tapaban tras la siesta final. Qué guapa estaba mi madre la otra mañana. Qué bien lleva las últimas tardes oteando por encima de los geranios de su ventana el cielo delibiano de la Tierra de Campos que la vio nacer. Qué paradoja lo de madre. Centenaria en un pueblo de la despoblada Tierra de Campos donde, tiempo atrás, su abuelo, su madre, sus tíos y primas ejercían de maestros en pueblos rebosantes de vida (de aquella vida) con muchos chiguitos y chiguitas. Madre no está sola, “la peña” de los centenarios en Castilla y León debe andar por los 2.300, más o menos. Hombres y mujeres que han cruzado con descaro la raya del siglo. De ellos, unos 300 están en Valladolid. Se empeñan en llevar la contraria a los que nos gestionan. Ahí siguen viviendo y votando. Son la resistencia a la despoblación y hacen añicos la tabla demográfica y las cuentas de las pensiones. Solo necesitan amor de los suyos y atención de la administración. Por el deber cumplido. Por el amor vertido. Ese uruguayo divino y poeta cabal lo dejó dicho: “Aquí no hay viejos, solo que llegó la tarde (…) Vieja es la luna y nos alumbra. Vieja es la tierra y nos da vida (…) Somos seres llenos de saber. Graduados en la escuela. De la vida y en el tiempo. Que nos dio el postgrado.” ¡Grande Benedetti! Y de notas finales, otro morañego místico y poeta dijo aquello de que “en la última tarde solo nos examinarán del amor”. ¡Grande ese Juan de Fontiberos! Me quedo con la sonrisa de mi madre.

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