Los perros, los gatos y nosotros
El gobierno que desgobierna este país se dispone a sancionar con multas que irán desde los 50.001 hasta los 200.000 euros a los particulares que vendan perros, gatos y hurones; ya que solamente quienes tengan el reconocimiento oficial de criadores y estén debidamente registrados podrán participar en ese nicho de la economía que hoy está calibrado por la cuestionada Ley de Bienestar Animal. Bruselas participa de modo activo en esa nueva eclosión que fascina a unos pocos naturalistas de despacho y nos afecta a los demás; porque pretende legislar de modo tan pasmoso y tan espeso que llegará el momento que en los países libres y democráticos llegue a regularse “todo” tan concienzudamente que no tendremos espacios para decidir, ni más libertad que la de seguir al dedillo todas las majaderías que se les ocurren a los políticos que nos gobiernan.
Recordemos que, además de la venta de un animal de compañía, también es preceptivo el cumplimiento de determinadas premisas y la obligación de comunicar en el plazo máximo de tres días cada una de esas ventas al Registro de Animales de Compañía.
Yo no tengo perro que me ladre y respeto profundamente a los que desean tenerlo; pero creo, sobre todo, en el acompañamiento humano que es, en definitiva, nuestro acompañamiento natural.
La Comisión Europea debería de atender primero muchos asuntos que no están resueltos y que afectan de lleno a las personas. Y no creer que es obligatorio regular todas las cosas habidas y por haber.
Las leyes y el cumplimiento de las leyes nos afectan a nosotros y somos nosotros desde nuestra condición humana quienes deberíamos seguir resolviendo los asuntos que hasta ahora regulaba el sentido común. Ya que todo exceso legislativo contribuye a que los habitantes de los países democráticos estemos sometidos de un modo parecido a como someten las dictaduras que no dejan nada para que las personas piensen y decidan.
El ser humano, a modo individual, ha perdido mucho protagonismo y ha ido comprobando cómo día a día van siendo recortados su “libre albedrío”, y eso me preocupa. Pues entiendo que las nuevas normas que se aprueban en todo tipo de asambleas y parlamentos llegarán a confiscar nuestra impronta y nuestra capacidad reflexiva. Llegará el día en que para saber lo que es bueno y lo que es malo, lo que es correcto o incorrecto, no tendremos más remedio que leer una guía que enumere exactamente qué podemos y qué no podemos hacer. Con todo ese desbordamiento y hacinamiento legislativo estamos perdiendo nuestra capacidad de decidir y, por lo tanto, nuestra libertad… Ya había dicho don Quijote a Sancho que la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos.