Diario de Castilla y León

TRIBUNA LIBRE

Cristina de la Rosa

No solo no suspende... aprueba con nota

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Que en la UVA se cultiva el latín y goza de buena salud no es un secreto, aunque ese es otro tema, pero que el despacho del Rector luce una cartela latina al estilo humanista es algo que se le ha pasado a algún atento studiosus ad unguem del latín… clásico.

Efectivamente el latín clásico tuvo siempre un desfase entre sus fonemas y sus letras, que provocaba numerosas faltas de ortografía, como puede comprobarse en los testimonios del llamado “latín vulgar” (que también se imparte en la UVA) y que sus cultivadores y gramáticos solucionaron en parte gracias al alfabeto griego y, a veces, también se intentó hacerlo gracias al celo de los emperadores, como Claudio; pero hablar de sus letras nos llevaría lejos. Lo que hace al caso es que, más allá del Imperio Romano, el latín fue lingua franca durante siglos, como lo es en nuestros días el inglés, hasta la Época Moderna, y que sus cultivadores, quienes hablaban, escribían, daban clases en las universidades renacentistas y publicaban al amparo del gozoso hallazgo de la imprenta, también siguieron cultivando la epigrafía e intentando solucionar el problema de escribir conforme al uso o conforme a la pronunciación. Tarea nada fácil; que se lo digan a los Giménez frente a los Jiménez, a los Pelegrín frente a los Peregrín, a los Hernández frente a los Fernández, a los Mauro frente a los Moro, por poner solo unos ejemplos de “ocho apellidos castellanos”.

En estas, el francés Pierre de la Ramée (1515-1572) oriundo de la Picardía (que nadie nos tache de segundas intenciones), gramático, filósofo, matemático, “humanista” en fin, y que prefería llamarse Petrus Ramus en latín, ideó cuatro letras que podían poner fin a la confusión entre la i y la u consonánticas (es decir, frontera de sílaba) y la i y la u vocálicas (es decir, centro de sílaba). En latín clásico ambas se escribían como I /i e V/ u en mayúscula y en minúscula respectivamente. El bueno de Pedro Ramos, intentó solucionar problemas de lectura y de escansión métrica, entre otros, ideando las letras que llevaron su nombre litterae ramianae (letras ramianas): los pares J/j y U/v, quedando así definido que las vocales se escribirían como I/i y U/u y las consonantes como J/j y V/v.

Como en toda propuesta de innovación, sobre todo didáctica, hubo sus partidarios y sus detractores, pero creo que todos los que sabemos el alfabeto castellano somos conscientes de que, a la larga, la idea de Ramus triunfó en las lenguas romances y seguro que facilitó la vida a millones de estudiantes del latín y de editores e impresores desde el Renacimiento en adelante.

Tenemos, pues, dos tipografías, la clásica y la renacentista y ambas se encuentran representadas en nuestra ocho veces centenaria universidad, la segunda más antigua de España. Una universidad que nace en el tránsito del Medievo al Renacimiento, que luce un sigillum con una leyenda maravillosa, alusiva a la casa (mejor el templo, como Il Duomo) que se construyó para sí la Sabiduría, y de ello podemos hacer gala.

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Cristina de la Rosa es doctora en Filología Clásica y Vicerrectora de Estudiantes y Empleabilidad de la Universidad de Valladolid

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