Diario de Castilla y León

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Hace muchos años, en tierras de Ledesma, que está en Salamanca, me contaron un cuento en Navidad. Han pasado décadas y no puedo evitar recordarlo cada vez que contemplo un Nacimiento. Ahora, junto a mi nieto, coloco las figuritas del Belén a su libre albedrío, como corresponde a la anarquía de un chiguito de cuatro años. Los tiempos que corren tienden a languidecer de cultura tradicional y por ello insisto en el relato del Niño en la cuna, su madre María, el bueno de José, la mula y el buey y el frío que hacía esa noche. Al colocar los pastorcitos con sus ovejas, le recuerdo que venimos de otra cultura, la pastoril. Y sigo con los Reyes Magos, cuyos camellos vamos cambiando de lugar hasta que llegan al Portal. Y aprovecho para contarle aquella historia tan fascinante que un día escuché en la antigua Bletisa. Resulta que, en tiempos de las Cruzadas, un cruzado ledesmino se trajo a su pueblo unas reliquias muy especiales: los huesos de los tres primeros pastores que se acercaron a adorar al niño aquella fría noche en Belén. Cuenta la leyenda que sus nombres eran Isacio, Josefo y Jacobo. Fue un mes de enero con mucho frío cuando en la iglesia de San Pedro y San Fernando, en el barrio de Los Mesones de Ledesma, me abrieron bajo el altar una rejilla con tres llaves que custodiaba un cofre donde estaban los huesos. Al lado, un pergamino que decía: “Los gloriosos pastores que merecieron ver y adorar los primeros a Cristo Dios y hombre recién nacido en el Portal”. Aquel cofre de madera carcomida cubierto de cuero ocultaba una bonita historia, un cuento o una curiosa leyenda en Navidad. Olvidada. Ya entonces todos se ponían de acuerdo, incluido don Casimiro, párroco en aquellos años, para dejar claro que la historia no tenía fundamento, aunque sí tradición popular. Una actitud que permanece todavía hoy pues, poco o nada se cuenta en Ledesma, incluido el museo local, sobre las reliquias de los tres humildes pastores. Poco tiempo después, en un viaje de trabajo en la catedral de Colonia, conocí el relicario que alberga los restos de Melchor, Gaspar y Baltasar que, todo hay que decirlo, llegaron al Portal después de Isacio, Josefo y Jacobo. En este caso, la realeza mágica tiene como envase un enorme relicario de bronce y plata y piedras preciosas. En 1864 se abrió el cofre y contenía huesos y prendas de vestir. Cien años después, en 1964, en Ledesma apareció el cofre de los pastorcillos. En esto los alemanes han sido más fieles. Nosotros, más olvidadizos. Un servidor, en cuestión de huesos y reliquias, se lo cree todo. No me negaréis que la historia de los tres pastores tiene para un bonito cuento de Navidad. Y, por cierto, ya no cantan el villancico que compuso un tamborileo charro que lleva por título “El arca de los pastores”.

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