Diario de Castilla y León
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PARECE como si hubiésemos dado en el clavo. Al finalizar el VI Congreso de Cooperativas Agroalimentarias en Zamora resulta que todos aplaudimos que las cooperativas son «fuente de vida para el mundo rural y uno de los principales elementos para fijar la población en el territorio». Eso que ha venido a denominarse despoblación, fenómeno que arrastramos desde tiempos de la filoxera. Y el caso es que si analizas las miles de familias y el padrón rural que representan los agricultores y ganaderos en esta región llegas a la conclusión de que es explicable que Castilla y León ocupe un liderazgo agrario indiscutible.

Lo de antes sigue siendo el motor del presente. Pero no es fácil que el común asuma este torrente estadístico tan convincente. Los mensajes que le llegan son de cierre de explotaciones, problemas con la leche y condiciones adversas para las cosechas. Cada día menos cabaña y la adversidad es consustancial al agro. Siempre mirando al cielo y temiendo al nublo.

Somos una región agrícola y ganadera, aunque este rasgo pase desapercibido. Habrá que andar con cuidado, no vaya a ser que sea verdad todo lo que algunos dicen. Que la culpa es del envejecimiento del personal (como si no sufriéramos hace décadas el relevo generacional) y de la mala leche de Bruselas, de los palos en las ruedas de los tractores que atraviesan las políticas medioambientales europeas y la problemática de la sanidad animal que tantos frenos y disgustos proporcionan al sector que sigue religiosamente la PAC y las permanentes visitas de los que inspeccionan.

A pesar de todo creo que nuestro verdadero ADN es agroganadero. Ojo, que también éramos mineros y mira ahora. Es una pena que la sociedad civil, el ciudadano de a pie y el urbanita ya esté totalmente desligado de un pasado campesino y labrador, que encontrará con facilidad a poco que rebusque en el álbum de fotos de su familia. De ahí que las cooperativas agroalimentarias sean la mejor fórmula para esa necesaria concienciación.

Aquí sí que se suma de verdad, y las cuentas salen. Solo el movimiento cooperativo suma 37.000 familias de agricultores y ganaderos y es capaz de generar por sí mismo más de 3.500 empleos. Es curioso que el consumidor, el paisano y la paisana, sigan interpretando fuente de riqueza y empleo y calidad alimentaria a la potente industria privada que acapara la imagen de producto en los mercados. Y no está mal, es necesaria, pero mucho me temo que no acabamos de traducir que sumar, lo que se dice sumar, es una operación que domina el cooperativismo agroalimentario que fija población en el medio rural y permite la trasformación de nuestros productos cárnicos, lácteos, vitícolas, frutícolas y cerealistas y suma y sigue. Y suma.

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