Diario de Castilla y León

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Tenía ganas, y esta vez, según parece, Sánchez se va a cargar también a Muface –la Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado–, que tiene 60 años de funcionamiento ejemplar. ¿Y por qué? Pues porque no le gusta, y porque así son los tiranos del progreso. Un buen día, como es el caso, se levantan con ansías de libertad sanitaria, y te imponen su sistema público de salud como han hecho con la educación pública poniéndola a cero: que la excelencia no exista, que los suspensos tampoco, que la promoción sea automática, que los profesionales sean evaluados por los alumnos, y que las titulaciones sean como un supositorio de vaselina que tan suave entra como suavísimo sale.

El genio que se cargará Muface –de la cuerda de Yolanda Díaz– se llama Javier Padilla y se perfila como secretario de Estado de Sanidad de la ministra Mónica García. Que lo hará sin duda, lo demuestran sus declaraciones que, como primera pildorita, ya nos soltó en un artículo pocos días antes de las elecciones generales al hablar de una «farmacéutica de titularidad pública». Su objetivo resulta alarmante y sectario, pues se trataría de «alinear las necesidades de la población con los objetivos de las instituciones y las necesidades de las empresas del sector farmacéutico y biotecnológico», y etcétera. Es decir, imponer el totalitarismo del colonoscopio sin sedación.

En este etcétera para dolientes entra Muface, que en el sistema sanitario supone algo fundamental, irrenunciable, y con derechos básicos en cualquier sociedad democrática: la libertad de elegir médico, la libertad en la atención hospitalaria, y la libertad en los tratamientos tanto para vivir como para morir. Una libertad de esas que ya Engels calificó como «necesaria».

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