Igualdad
ERA cuestión de tiempo. De una previsibilidad rayana en la certeza absoluta. Un escenario, por tanto, del que se pueden extraer conclusiones a modo de fallo condenatorio. La palabra igualdad (no tanto, ni mucho menos, su verdadero significado), no era sino un señuelo para cebar un nuevo caladero. Para el ciudadano medio, que lee con esfuerzo, y poco se entera de lo que lee. Y, así, en ese ambiente de déficit cognitivo, nos encontramos con unas aguas políticas y sociales que van de fuerte marejada a mar gruesa. Y a río revuelto...
El principio de igualdad ante la ley consta ya, expreso y firme, en nuestra Constitución. Como un pilar de sólidos cimientos, de perfecta verticalidad para, junto con otros, ofrecer estabilidad al edificio normativo, de derechos y libertades, para con los ciudadanos.
Y, de repente, llegó la ideología; que es ese artilugio para generar votos a costa de consignas ultras, extremistas, descabezadas, de emocionalidad infantil, de puro desequilibrio emocional (en quienes las crean y a quienes se dirigen). Irene Montero, ‘Pam’ y Yolanda Díaz son las ‘premio Nobel’ de este tipo de putrefacciones intelectuales. Sin ir más lejos, una ley que dice que solo sí es sí, y al parecer su carácter afirmativo lo era para excarcelar violadores o, en sus efectos menos nocivos, reducirles la condena.
Producto del ambiente generador de malformaciones derivadas de la manipulación semántica de las palabras, y en este caso del término igualdad, nadie se hubiera escandalizado de que una modelo top femenina hubiera exigido a un homólogo masculino provocar tantas ventas como ella para ganar lo mismo. Algo similar dijo, respecto de su ámbito, un exfutbolista. Y, sin trámite de audiencia alguno, sin derecho a la defensa, el estadio que lucía su nombre dejó de mostrarlo. No era necesaria la represalia para saber que para quienes creen que tal interpretación les beneficia, la igualdad debe ser de efectos, pero no de causas. La clientela se lo merece, dirán.
De modo solidario (en su semántica más prístina), los censores de la neoinquisición progre, anudan igualdad (ejem) con cancelación. Es decir, estigmatización. Qué cosas, la censura franquista, incluso en un marco dictatorial, que tanto facilita las injusticias, no fue sino un juego de niños en comparación con la actual, que funciona conforme una norma no escrita en la que se convierte en jurado a esa gran parte de la sociedad tan ideologizada, o tan cateta. O ambas.
Y, ayer, mi corazón y mi mente en Barcelona. Por la verdadera igualdad.