Diario de Castilla y León

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TAN SOLO desde el peculiar, y hasta cierto punto asombroso, estado de amnesia, perturbación y tendencia a la autodestrucción de la sociedad española, puede interpretarse una realidad que ofrece un escenario en el que se combinan tantos mensajes contradictorios. Una de las primeras conclusiones que cabe deducir es que el lenguaje ofrece tanto una amplísima gama de posibilidades para provocar la confusión, como, de manera íntimamente vinculada a lo anterior, sus magníficos efectos para hacer de su manipulación una eficaz arma de propaganda.

El lenguaje es tanto lo que se dice, como lo que deja de decirse. Lo que normalmente se hace para ocultar. En todo caso, no conviene olvidar que, desde el punto de vista ideológico (contenido de actitudes ante la gestión política, y de postura ética y moral en aspectos sociales, últimamente sometidas al cambio de opinión de quienes ostentan el poder) la sociedad, más allá de dejarse embaucar tierna e inocentemente, manifiesta de manera paralela cierto regocijo en asumir conscientemente engaños, del mismo modo que los aficionados más militantes de un equipo de fútbol son capaces de interiorizar la legitimidad de un penalti pese a que la falta se haya cometido dos metros fuera del área.

Si se ha hablado mucho (con evidente interés partidista, a fin de crear estados de alarma en nada acordes con la realidad) de la sumisión química, debería estudiarse la relación de la salud democrática de un Estado con los niveles e intensidades de la sumisión ideológica. Que presupone la dócil dependencia a los eslóganes, estrategias y criterios de quienes manejan siglas, órganos y cámaras. Dependencia que traga con todo lo necesario para justificar posturas políticas, sin ni siquiera tener que acudir a los fraudes de letras pequeñas o cláusulas abusivas. La mitología y los límites cognitivos habrán de explicar este tipo de adoctrinamientos.

El populismo, vertiente de cualquier ideología que acude a resortes emocionales para la venta masiva e irreflexiva de productos caducados, aprovechando algún acontecimiento social de poca relevancia, con su correspondiente magnificación, es el terreno propicio para el cultivo y crecimiento de iniciativas demoledoras de la convivencia y el respecto a la igualdad.

Y desde esa sumisión ideológica, pariente no lejana del clientelismo más rentable, se puede entender el populismo, por otra parte tan rancio y retrógrado, que está a punto de aliarse con la aritmética para consumar un violación democrática. Dirán que fue consentida, claro. 

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