Diario de Castilla y León
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PASANDO DE POLÍTICA, y de problemas absorbentes que no nos dejan en paz ni siquiera en agosto, permítanme hoy una excepción en esta brevería: proponer un brindis por la «mejor bolsa» que podemos tejer en esta vida, y que según Cervantes en el Coloquio de los perros, no es otra «que la caridad», ejercida callandito y como si nada. Algo fácil de decir, pero dificilísimo de mantener, escribía el genio, cuando veía a los internados del hospital de la Resurrección en Valladolid.

Lo digo por una rareza que yo también veo. Hace muy poco, el ingeniero y novelista vallisoletano, Jorge Vijuesca -el autor de La España del viento tan sólida como bien escrita-, ha sido nombrado Caballero de la Orden Teutónica con el grado de Comendador de Castilla y con el rango de Castellano. Castellano, es decir, el que guarda las llaves de un castillo real o simbólico. Un nombramiento de ringo rango que tuvo en la Edad Media una importancia capital como Orden Militar y hospitalaria de peregrinos en Tierra Santa, que llegó a convertirse en el poderoso estado de Prusia, y que tuvo en el Castillo de la Mota del Marqués (Valladolid) su asiento.

Viejas glorias que van a dar a la mar. Desde 1929 hasta nuestros días, la Orden Teutónica no es más que una institución -la de los Hermanos de la Casa Alemana de Santa María de Jerusalén- con fines religiosos y de caridad. Y en este cometido preciso y libérrimo encaja Jorge Vijuesca como el auténtico Castellano que decía el Padre Vitoria: «es mentira decir que amo a mi prójimo teniendo a él pereciendo y diez mil ducados en el bolsillo». Vijuesca, a quien conozco antes de su condición de caballero, comendador, y castellano, pertenece a esas personas en las que la caridad es, además, una fe y una virtud.

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