Diario de Castilla y León
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CON NOCTURNIDAD y alevosía nos han engañado los ricachos y mafiosos del fútbol. Y eso que de este batacazo ya nos previno el Barón de Coubertin, creador del Movimiento Olímpico Internacional moderno. Debe añadirse lo de moderno con toda propiedad -o sea, del año 1894 que está a la vuelta de la esquina-, pues suele escribirse que el susodicho Barón lo creó prácticamente de la nada. No señor. Ya en Aristóteles y en Platón el deporte, el olimpismo, formaba parte esencial de la pedagogía y de la salud pública del ciudadano.

Como pedagogo que fue el célebre Barón francés, sabía históricamente del uso perverso del deporte por parte del poder absoluto de los romanos -el «pan y espectáculos de circo» de Juvenal-, y también conoció la manipulación de los Juegos Olímpicos del nazismo en 1936. Por lo que lanzó esta acusación lapidaria sobre esos políticos y algunos sportsmen: «El día en que un deportista deje de pensar, en primer lugar, en la felicidad que su esfuerzo le procura y en la embriaguez del equilibrio entre potencia y físico que de ello nace, el día que prevalezcan las consideraciones de la vanidad y del interés, ese día nuestros ideales morirán».

Pues en esta quiebra de los ideales olímpicos, y del robo del espectáculo futbolístico por depredadores sin conciencia, estamos en estos momentos precisos en España. Así que, tras este fiasco de ingeniería olímpica, vayamos directamente al grano. Políticamente hablando, ¿quiénes son los responsables de este carnaval en el que todo vale y hasta las margaritas repican con un silbato? Los de siempre: los pujolines intocables, los independentistas subvencionados, los golpistas indultados, y los catalanes del apartheid que tienen bula para esto y más.

Evidentemente, este mamoneo sistemático y sostenible no ha sucedido en Galicia, en la Rioja, en Andalucía, y en Castilla y León, pongamos por ejemplo. Se circunscribe a Cataluña, y se ha convertido, además, en una enfermedad endémica propia del Barça. Todo ha sido posible gracias a la connivencia del Gobierno de la Nación que les ha facilitado el dinero, la bula, el Var, y la impunidad en bandeja. ¿Y qué razón básica han dado los corruptores de árbitros, de partidos, de ligas, y del resto de competiciones? Pues la misma que los políticos y los aparachis del catalanismo: había que defenderse de Madrid.

Dicho en plata: que se está dentro de lo políticamente correcto. Y por lo tanto, con la capacidad suficiente para establecer una justicia ad hoc -a propósito- en el fútbol, que es ejercida por los árbitros con el unte ideológico y con el dinero a espuertas proveniente de los Presupuestos Generales del Estado. No nos engañemos, señoras y señores. Estamos hablando, políticamente, de la historia de España, que es aplicada de modo asimétrico por Sánchez en economía, en justicia, y ahora en el fútbol. Algo muy lógico, por otra parte. La supervivencia del PSOE de Sánchez está en Cataluña, y el PSOE que domina en la política de Sánchez es el de Cataluña. Hasta el Tito Berni se enganchó a la Asociación Deportiva la Vega de Tetir, para hacer méritos emulando al Barça.

Así que no es una mera casualidad la existencia de esta trama mafiosa de la liga. Lo contrario sería una falta de fe imperdonable en la divina Providencia. Pero lo genial, y lo verdaderamente imperdonable, es que todo esto lo pagamos todos y cada uno de los contribuyentes. El embudo es formidable: la justicia contributiva y revolucionaria es para unos, pero para otros gloria bendita.

En la España de pan y circo, la corrupción olímpica se ha contagiado también a ciertos árbitros y a ciertos jugadores. En la época en la que el Barça era ya un negocio tan rentable como intratable, Mourinho, con conocimiento de causa -era a la sazón entrenador del Real Madrid- soltó esta carga de profundidad: «Ellos ganan cuando juegan bien, pero es que cuando no lo hacen, también terminan ganando». Sin duda alguna, algo ya olía a chamusquina.

Y cuando después de Mourinho llegó Zidane con Ancelotti, la cosa fue todavía más rara: el Madrid ganaba sistemáticamente en Europa pero no en España. Hasta que llegó el dato contrastable y demoledor: al Barça no le pitaban un solo penalti en dos años y medio, y tampoco le soltaban una tarjeta roja. Vamos, que esto no sucedía ni en la liga soñada de mi nieto Marquitos que tiene cinco años.

Si este era el pasado, el presente es devastador, caníbal. Durante años, el vicepresidente de los árbitros estaba en la nómina del Barça por asesoramiento sobre tácticas en el campo, el hijo del vicepresidente como azafato en hoteles y autobuses para subtácticas de distracción, los presidentes del club implicados hasta las trancas, muchos árbitros cobrando a destajo, y muchos jugadores meando mística brillantina con el 100% de brillo cosmético.

¿Qué consecuencias pueden derivarse de las prácticas mafiosas de esta liga olímpica para suscritores de la revista Forbes? Queda mucho por investigar y veremos qué dijo un ciego. Pero se barajan tres. Primera, que no pase nada de nada, que es lo más habitual aquí -no hablamos de un simple club, sino de Cataluña-, porque los delitos han prescrito. Segunda, que el Barça pase a segunda división como le ocurrió a la Juventus en Italia. Castigo improbable, pues la mafia catalana gana todos los contenciosos judiciales por ser ensoñaciones. Y tercera, que le quiten al Barça todos los títulos, que es como pedir responsabilidades al maestro armero.

Lo único que aquí queda claro es que algo huele a podrido en Dinamarca como en Hamlet, y que esta mafia de la liga -corrupta, ladrona e impune- se ha cargado la candidez, la verdad, y la alegría del olimpismo.

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