Diario de Castilla y León

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ME LO ha dicho un amigo, a quemarropa, sin preámbulos ni exposición de motivos. César, la ideología es el algoritmo del totalitarismo y la iniquidad. Le he pedido que lo repitiera, despacio, y lo he apuntado en el cuaderno de campo, en el que anoto los nacimientos de las crías, para una reflexión más profunda. Quizá dentro de un rato, sentado junto a la chimenea, aunque el olor a la leña de encina y el cambiante tuneo de las llamas me ensimisman de tal modo que me resulta imposible pensar. Contemplar es suficiente. Sentir ese calor acogedor.

Sentir y consentir. He ahí el elemento diferencial, incluso el hecho diferencial. Faltaría más. Para que unas comunidades autónomas tuvieran privilegios sobre otras, y no tuviera que llamarse chantaje a la pura extorsión, se acudió a expresiones de ese tipo, sin perjuicio de citar asimetrías, algo así como el rostro de Rossy de Palma.

Y la actualidad nos arroja indefectiblemente a los brazos del profundo malestar de esas independentistas antisistema que ponen el gemido en el cielo por sus relaciones sexuales con quien, quizá, fuera un funcionario del Estado infiltrado necesitado de información. La queja de quienes albergan tan ardoroso sentimiento secesionista podría ubicarse entre: consentimiento y con sentimiento. Lo primero es indudable, lo segundo nada probable.

Sin perjuicio de nuevas consideraciones, someto al lector las siguientes cuestiones para su reflexión: 1.- ¿Alguien ha preguntado al funcionario infiltrado si se autopercibe como hombre o como mujer? 2.- ¿Podría el funcionario reclamar al Estado por daño moral si se vio obligado a mantener relaciones íntimas con mujeres cuya higiene y aspecto físico le repugnaban?

He eliminado la tercera pregunta, que, básicamente, giraba alrededor de la posibilidad de que el funcionario se hubiera enamorado de alguna de sus lúbricas informantes, y del riesgo para el Estado que ello conllevaría. Pensándolo bien equivale a lo que sucede con los delitos imposibles, tal que asesinar a un cadáver. Y los cadáveres ni sienten ni consienten.

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