Diario de Castilla y León

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QUE NADIE SE MOLESTE con el titulito de hoy. No es mío, y es más viejo que el hilo negro. No veo la palabreja estupidismo en los diccionarios de la RAE. Sí me topo con estupidez -«torpeza notable en comprender las cosas»-, con estúpido -«notablemente torpe para comprender las cosas»-, con el adverbio de modo estúpidamente, y también con el superlativo estupidísimo que -«mutatis mutandis» o sea, con los arreglos oportunos- se acerca al estupidismo.

Digo que se acerca, pero hay mucha distancia. Estupidismo no es otra cosa que la estupidez convertida en sistema político y modo de pensar como norma de conducta de un colectivo en cuclillas. Es decir, una gilipollez trascendente como objeto de deseo. Lo cual, repito, es tan viejo como la filosofía misma. Ya advertía Platón en uno de sus diálogos -Teeteto, 210 b- que estupidismo es todo aquello que «no va acompañado de una explicación y de una opinión verdaderas». Todo lo demás sería farfolla, rulos para hacerse una permanente con la cara oculta de la luna.

Erasmo de Rotterdam, una de mis referencias, da un paso más allá del idealismo platónico. En su Elogio de la locura habla de la estupidez -o del estupidismo- como un sistema clientelar «que engendra naciones, conserva imperios, magistraturas, religiones, consejos y justicia, porque la vida humana no es absolutamente nada más que un juego de locos». Y con estos pelos deconstruidos, llegamos hasta Flaubert, a finales del XIX, que clasifica la historia de la humanidad en tres etapas: «el paganismo, el cristianismo, y el estupidismo». Textual. Y concluye lleno de un optimismo impresionante: «En ésta nos encontramos ahora».

Si él supiera -desde el cementerio de Ruan, donde reposan sus venerados restos- que todo esto ha sido superado con creces en el siglo XXI, se quedaría bizco de un ojo y con un parche negro en el otro. El estupidismo, que acuñó el autor de Madame Bovary como si fuera el final de la era del gotelé, es ahora mismo el principio del lenguaje inclusivo que lleva directo al cretinismo. Es decir, a «una especie de embrutecimiento y defectos de desarrollo orgánico», según la RAE.

Una etapa o estadio muy lógico y consecuente. Como ya no hay tiranos arrasantes como Stalin o Hitler -millones y millones de víctimas pasadas por el gas, la soya y la metralleta les contemplan-, y como esta brutalidad por quintales está mal vista en una sociedad anestesiada que cuenta los muertos por telediarios y ve estas terribles imágenes en tres dimensiones, pues surgen políticos que blanquean el cretinismo por barrios y con la asepsia de quien ha sido votado por esos ciudadanos para que lideren el «desarrollo orgánico» con pulcritud: con mascarillas y guantes de látex a ser posible.

Si por cualquier razón inapelable no es posible inocular el cretinismo en los ciudadanos por los medios habituales, pues que se habiliten los extraordinarios para que los doctores Mengeles del régimen, con la ingeniería más puntera y científica, secunden con celo las directrices que emanan de Putin, Maduro, Xi Jinping, el ayatolá Alí Jamenei, y demás ralea del área hispana que, como dueños absolutos del experimento sin anestesia, extienden el bofio nodular tóxico como si fuera un progreso democrático.

En un libro muy instructivo, a esto lo llama J. Arch Getty «La lógica del terror». Aquí se cuentan las matanzas sistemáticas del estalinismo que ponen los pelos de punta, y que dejan a cualquier alma aterida de espanto en medio del gulag y de un aniquilamiento perverso. No sólo se demuestra que el exterminio de Stalin fue semejante o superior al de Hitler, sino que la Europa democrática, con un silencio cómplice, asimiló esta lógica exterminadora como si fuera lo políticamente correcto. Estupidismo-cretinismo de una clase política corrupta.

Por esto, mismo, señores, la sesión del Congreso de los Diputados del jueves pasado hasta altas horas de la madrugada, nos ha dejado tan perplejos. ¿Perplejos? Rectifico. No seamos tan hipócritas como nuestra clase política: lo esperábamos. Y así sucedió porque en esta democracia ya no cuentan la ética, la verdad, los valores, la alta política, la Nación, y menos el bienestar del ciudadano y la igualdad ante la ley.

Sólo cuenta «el desarrollo orgánico» como derecho de pernada sobre la pasta, y el recuento de los votos que, según Otegi, refieren una «paradoja» insostenible: gobernar «con los que nos queremos marchar del Estado español». Sanchismo puro y duro que se gestiona con los votos bien comulgados que le otorgó la ciudadanía. Esto le da derecho a torear la Constitución, pactar con separatistas y filoterroristas, suprimir el delito de sedición, invertir la lógica natural de las cosas, y hacer del delito de malversación un coladero para meter goles. O sea, estupidismo-cretinismo en vena progre.

¿Es que no lo sabíamos? Claro que lo sabíamos. Como también lo sabe la oposición, más leal que nunca, y que, visto lo visto, funciona como la multinacional del ratón que desde la seguridad de su agujero tensa el hilo del sanchismo porque quiere ser su legítimo heredero.

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