Diario de Castilla y León

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NUNCA ha sido fácil convivir de modo duradero y estable con la confianza. Sobre todo cuando ésta se confunde con la previsibilidad de los acontecimientos y las conductas. Un escenario permanente e inalterable de desconfianza puede resultar desalentador, demoledor para un ánimo vital mínimo (no confundir con ingresos de contabilidad ideológica y electoral), pero una ciega complacencia y seguridad bien pueden convertirse en un conflicto demoledor, máxime cuando ha de suceder, por la propia naturaleza de ese modo de contemplar la realidad, con los mecanismos de defensa desconectados.

El fin de semana pasado me quedé con las ganas de inaugurar la temporada de chimenea en Quinta de Tierz. Aunque la frustración confié en vencerla en este que hoy (por ayer) concluye. Y, dadas las fechas, la previsión resultó cierta, sin tener que forzar las cosas. Llegó el frío, y por las noches incluso ha helado. El verde tapiz de los cercados, en esta suerte de primavera otoñal, aparece con una pátina de húmedo brillo que delata temperaturas bajas en las horas anteriores.

Ha llegado el momento. Las primeras llamas ondean con vigor, fruto de la dura y densa madera de los troncos de encina. Sus cambiantes formas proyectan sugerentes e ininteligibles sombras en la pared que colinda con la plaza de tientas. Expresiones mudas cuya contemplación resulta entretenida. Danzas fatuas.

La confianza en el ritmo de la Naturaleza, de las estaciones, incluidas sus alteraciones (aunque distantes del apocalipsis que pregonan quienes hacen del cambio climático su negocio ideológico y crematístico) apenas ofrece un margen leve de decepción. Así que, contrariamente al panorama que ofrece la política y su carácter expansivo para su intromisión en la vida de los ciudadanos, conviene no despreciar el tiempo que dedicamos a disfrutar y conectar, física y no virtualmente, con el medio natural. La Naturaleza se rige por leyes que no dependen del voto de quienes solo confían en la ambición de poder.

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