Diario de Castilla y León

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Parece que hay cigüeñas que han vuelto por San Blas. Menos mal. Las golondrinas ya no quieren venir, tiramos sus nidos y les hemos reducido la ración de insectos del menú. Ya no quedan románticos. O se esconden, les debe de dar vergüenza. El común ya no se emociona con el verso alegre del juego de las alas en el cristal. Hemos asumido que nuestras golondrinas no vuelvan y que no devuelvan nuestros nombres. No aprendemos. Cuando dejas que se lleven los nombres y le quitas la casa al forastero, al visitante… Le invitas a que no vuelva. De eso se lamenta el último alcalde comunero, que no acaba de asimilar por qué cerraron la casa y quitaron su nombre, el de su pueblo, el de la batalla, el que reza en el mapa como el pueblo de Los Comuneros. Roto el nido de la Fundación Villalar, los nuevos miembros toman el enunciado de Castilla y León y diluyen el romance y la autoestima para construir una herramienta cuyo objetivo es contribuir a la consolidación y el desarrollo de la convivencia democrática de cuantos habitan esta tierra. Algo que, por fortuna, ya se manifiesta en cada uno de los órganos representativos de todas nuestras instituciones. Malditos sean los que silenciaron los versos. Pero ya suena el Canto de Esperanza. Ya apunta en el horizonte, ya aparece Villalar. Salen del lodazal, corren entre las eras… Otra vez en malos tiempos. Viento en contra. En el horizonte, cielo gris amoratado que amenaza nublo. Tañen las campanas sus toques a concejo. A arrebato. Se barrunta la batalla en Villalar de los Comuneros. Otra más de tantas que pierde cada año la tierra que parió la comunidad comunera. Desde que rimó López Álvarez, el día de la derrota se repite. Los últimos comuneros son mesnada maltrecha, hueste envejecida, cansada y desmotivada. Pronto se contará con los dedos la última lista de comuneros vivos. Será triste ser ciego en Granada, pero lo es más negarse a abrir los ojos en esta tierra a un enjambre de sentimientos de pertenencia multicultural. Qué tontos somos. Triste lienzo que pintó la historia, ajusticiando a los que justicia pedían, pagando con sus vidas al fin de la revuelta en Villalar. Fue un 23 de abril. Todavía andamos dando vueltas a si fueron héroes, villanos, revolucionarios, señoritos medievales, fieles o no a Castilla… Solo fue un intento de poner al rey en su sitio. Fueron capitanes, nuestros capitanes. Y aquí estamos, esperando un relevo que no viene. Ni vendrá.

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