Diario de Castilla y León

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LA VIDA DE Stefan Zweig fue fructífera en viajes y ensayos, y aciaga en lo personal. Se suicidó junto a su esposa en la ciudad brasileña de Petrópolis a comienzos del año 1942. Sus ayudantes les encontraron abrazados en la cama con dos vasos de veneno en la mesilla y varias cartas. Una de ellas decía que era mejor finalizar en un buen momento y de pie con una vida en la que la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la tierra. A eso se llama dejar los asuntos ordenados y en regla. Le tocó vivir en medio de una Europa en guerra, en la que los nazis conquistaron rápidamente Austria y Francia y se repartieron Polonia, previo pacto, con la Rusia comunista de Stalin. Curiosos compañeros de viaje cuya amistad terminó como el rosario de la aurora.

Sin embargo, el prolífico escritor vienés dejó a la posteridad numerosas obras literarias. Las más conocidas son Veinticuatro horas en la vida de una mujer, La impaciencia del corazón y La embriaguez de la metamorfosis. Con una difusión no tan extraordinaria, pero no por ello de menos calidad, están sus biografías. Entre ellas destaca la de María Antonieta, reina consorte del último Rey de Francia Luis XVI. Sin perjuicio de que se centra en la vida y en las aventuras y desventuras de esta desgraciada dama que terminó decapitada, describe a la perfección la convulsa sociedad en la que vivía, donde los miembros del Tercer Estado, gente del vulgo y trabajadores de la tierra para aristócratas y eclesiásticos, reivindicaban con protestas y manifestaciones tumultuosas la bajada de impuestos. Todas ellas fueron síntomas del estallido social que se avecinaba, la Revolución Francesa.

Europa está en llamas. Las noticias e imágenes que llegan de Ucrania son terribles, demoledoras. Miles de muertos, niñas y niños incluidos, tirados por las calles, dan una visión desoladora del conflicto. Se cuentan por millones los desplazados ucranianos que solo buscan un techo o un refugio en el que poder sobrevivir. Los países de la Unión Europea, demasiado dependientes del suministro de energía ruso, no saben cómo parar la constante subida de la luz, el gas y los carburantes. Parece ser que el presidente del Gobierno ha conseguido con su homólogo portugués una ‘isla energética’, nuevo concepto que habrá que desentrañar qué significa y cómo funciona.

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